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Covid: Crisis sanitaria y socioeconómica

El confinamiento y el cierre de buena parte de las actividades productivas tuvieron un impacto devastador sobre el desempeño de las variables macroeconómicas.

La noticia del contagio de un músico local a mediados de marzo del año pasado tomó por sorpresa a propios y extraños. Había sonidos de alarma, pero se oían lejanos, ajenos a nuestra cotidianidad. Un 16 de marzo por la tarde el Gobierno estatal anunciaba, quizá precipitadamente, medidas orientadas a impedir la propagación del virus. La sana distancia y el lavado frecuente de manos no eran suficientes; se necesitaban medidas más radicales como el cierre de actividades escolares en todos los niveles y la suspensión de actividades no esenciales. Las autoridades responsables de la salud de Sonora se adelantaron una semana a la Federación, que había programado disposiciones similares para el 23 del mismo mes. Desde entonces a la fecha, mucha tinta ha corrido: México se acerca a los 200 mil fallecidos y en Sonora ese nefasto indicador roza ya las 6 mil víctimas.

El confinamiento y el cierre de buena parte de las actividades productivas tuvieron un impacto devastador sobre el desempeño de las variables macroeconómicas. El PIB estatal cayó en el segundo trimestre del 2020 en alrededor de 16% y para el tercer trimestre, el último del que se tienen datos oficiales, la recuperación observada fue insuficiente pues el incremento registrado del PIB alcanzó sólo 9%. El mercado laboral ha sido el más afectado. En febrero de hace un año el total de puestos de trabajo reconocidos por el IMSS era de 641 mil y para diciembre la cifra había bajado a 602 mil. Es decir, se perdieron casi 40 mil puestos de trabajo durante el año de la pandemia.

Esta semana platicaba con mis alumnos de la Universidad de Sonora que cursan el segundo semestre en la división económico administrativa, sobre lo difícil que ha sido para todos sobrellevar estos largos meses de confinamiento. En la charla con los jóvenes uno puede percatarse claramente de que se hallan entre las víctimas más visibles de la pandemia. Para empezar, estos universitarios que hoy cursan el segundo semestre no conocen el Alma Mater; más aún, no se conocen entre ellos pues sólo se han visto a través de un monitor. Como sabemos, las clases se desarrollan con el apoyo de las plataformas tecnológicas preparadas para la educación a distancia; así se acreditó también el semestre anterior que empezó en agosto y terminó en diciembre pasado. Es decir, su experiencia en la universidad ha sido únicamente mediada por la tecnología; no han tenido la oportunidad de caminar por los pasillos del campus, de entrar a sus aulas, de sentarse en las bancas de alguna de las placitas que abundan en el interior del campus, o de retozar en la plaza central del estudiante, consultar la biblioteca de su departamento o la biblioteca central. Escasamente han podido hacer tareas en equipo y mucho menos tenido condiciones para organizar una tertulia con sus compañeros luego de terminar una agitada semana de clases y trabajos.

De todo eso se han perdido. En la charla pude apreciar el posible costo que esta situación tendrá a futuro. Parte de la vida universitaria tiene que ver con la socialización misma; no todo es estudio, también se trata de relacionarse con los compañeros de clase, vínculos que tienen una valía incalculable. En las aulas y en los pasillos de la universidad quizá se encuentre a las amigas y amigos que siempre andamos buscando y que lo serán por el resto de la vida. Es probable también que ahí se conozca a quien será la madre o el padre de los hijos, o bien que en esos pasillos y aulas se establezcan vínculos políticos que con el tiempo deriven en el ejercicio político compartido.

Ese capital social hoy está roto. Quién sabe cómo y cuándo se podrá restaurar. Pregunté a los estudiantes si tenían ganas de clases presenciales y para mi sorpresa hubo quienes respondieron que no, que las clases virtuales les acomodaban bien y que en sus rutinas tenían muy normalizada la educación a distancia. Quedé consternado porque no pocos alumnos han normalizado la anormalidad. Sin duda ésta será una consecuencia colateral de la crisis sanitaria que ha entristecido la vida de muchos.

Alvaro Bracamonte Sierra. Doctor en Economía. Profesor-investigador de El Colegio de Sonora.

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