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Esta semana cumplimos seis meses de encierro. Ahora estamos esperando y ansiando retornar a nuestros rincones de costumbre, a ver amigos y parientes, repartir abrazos y recibir besos. 

Esta semana cumplimos seis meses de encierro. Se dice fácil pero no deja de ser una experiencia a contracorriente de lo que hemos vivido por algunas décadas. Si bien pretendemos tener una rutina más o menos definida, el confinamiento le ha ido dando características imprevistas en aquel lejano marzo cuando nos resignamos a una reclusión que suponíamos relativamente corta: “Cuarentena” hacía referencia a unas siete semanas encerrados... ingenuos.

A pesar de no tener obligación de salir regularmente a hora definida, hemos seguido levantándonos no mucho después de las 6:00 de la mañana. Para mí el alba suele ser un primer aviso del nuevo día: Por lo general me doy cuenta de la claridad naciente, y en estas tierras, en los veranos, ya antes de las 5:00 de la madrugada se anuncia la jornada.

Pues resulta que iniciamos el confinamiento justo antes del equinoccio, esa fecha en que la noche tiene la misma duración que el día, y pasamos una primavera peculiar, más bien típica de este desierto, seca y con temperaturas frescas al arranque pero con lecturas de más de 40º C en las semanas finales de esa estación, en teoría reconfortante.

Y pasamos aislados la Cuaresma y la Semana Santa, en una especie de retiro, aquí sí en el desierto, sin que el curso de los días y semanas marcara diferencias sustanciales entre ellas.

Poco a poco la distinción entre los días “hábiles” y el fin de semana se fue diluyendo, al grado de que ya no sabe uno si es martes, viernes o domingo. El horario se sigue cumpliendo con menos rigidez, poco a poco van saliendo las tareas y responsabilidades acordadas, pero hemos arribado a una cierta holgura que nos permite trastocar horas y obligaciones a nuestro gusto y sin prisas o estructuras categóricas. ¡Vamos a salir muy mal acostumbrados!

En junio se instalaron los calores, como sucede por acá, pero este 2020 se han tornado más empinados que de costumbre: Hemos sobrepasado los 45° C con más frecuencia que en años anteriores.

Y contra nuestras expectativas el Covid no se arredró con el verano candente: Siguió, diligente y obcecado, contagiando no por contacto con superficies que a veces queman al tacto, sino por el mecanismo simple y sencillo de colarse durante la interacción personal; situación que para la mayoría ha resultado inevitable, y para bastantes más bien frívolos, una excelente ocasión para enfermarse y esparcir irresponsablemente la epidemia.

El verano transcurrió apacible y permanecimos más encuevados que de costumbre; la semana próxima viene el equinoccio y da inicio el otoño: Llevamos dos estaciones confinados en un año absolutamente extraordinario, no perdido pero sí peculiar. Hemos aprendido a trabajar y hacer visitas por Zoom, chatear con quien se quiere y extrañar los amores ausentes en una virtualidad formal pero poco táctil.

Si bien ir al mercado, a la fruta y la verdura, es necesario, lo hemos resuelto con visitas semanales a una amable verdulería en el pueblo vecino; y sólo nos trasladamos a la ciudad esporádicamente con las debidas precauciones y recelosos, a pesar de que los contagios han disminuido sensiblemente las ultimas semanas. En este afán por comer bien y diariamente, hemos ido adelgazando la despensa y consumiendo productos que habíamos mercado tiempo atrás por antojo o curiosidad, con resultados más que aceptables.

Algo parecido sucedió con las lecturas: Esa obsesión añeja por adquirir libros sin saber si se tenía tiempo para leerlos, ha permitido en este confinamiento ir desahogando textos, tomos y volúmenes guardados y apetecidos por años, en espera de una oportunidad de saborearlos. Nunca como ahora se concretó aquel proverbio de que una biblioteca es un proyecto de lectura.

Ahora estamos esperando y ansiando retornar a nuestros rincones de costumbre, a ver amigos y parientes, repartir abrazos y recibir besos. Reír cara a cara y llorar a los que se fueron. Y seguir gozando el privilegio de vivir.

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