La ante víspera
Ya se acabó el año. Estamos, como quien no quiere la cosa, en los preparativos finales para despedirlo. De alguna manera hay, si no esperanza, sí al menos un cierto sosiego porque logramos finiquitarlo sin demasiadas pérdidas, y con al menos una imagen no tan deteriorada. Eso creemos, y eso es nuestra esperanza. Porque el 2004 no ha sido un año tan venturoso, y muy pocos lo extrañarán, de eso no hay duda. Fue el año de los “videoescándalos”, cuando se estrenó la política como juego sucio en vivo y en directo, y en horario de primera. Desfilaron por nuestras pantallas los Bejaranos, los Ahumada, los Sosamontes y los Ímaz. Nos quedamos con la sospecha de que la afiliación unipartidista de los presuntos implicados no se correspondía con la realidad. El mismo productor de los exitosos videos, don Carlos Ahumada, afirmó que tenía espectáculo para no dejar sentidos ni a los del PAN, ni a los priistas, ni a otros personajes estrambóticos como don Onésimo Cepeda, que si no apareció en estelares televisivos, sí hizo uso frecuente del “jetecito” del empresario marrullero. Fue también la época de paz más belicosa que haya vivido la humanidad en los tiempos recientes: Bush el Chico declaró ganada la guerra en Iraq y los invadidos se mostraron convencidos de “haber perdido una guerra, pero no las batallas que vendrán…”. Y se dedicaron a hostilizar con demasiada astucia a las tropas invasoras, en un permanente recordar que de ninguna manera daban por perdido el conflicto. Solamente hace una semana murió casi una veintena de estadounidenses en la ciudad de Mosul. Ya los cadáveres que llegan de Iraq a Norteamérica, durante la paz, rebasan con mucho los que fallecieron en la “guerra”. Ejemplo de la estupidez puesta al servicio de los intereses políticos y económicos de una minoría, empeñada en mantener su vida privilegiada a costa de la existencia de sus compatriotas. Vimos también durante el año el espectáculo de la lucha de Kerry contra Bush por la Presidencia de los Estados Unidos. No ocasionó mucha ilusión comprender que los votantes, al menos una pequeña mayoría, se inclinaron por mantener en el poder a un hombre, y un equipo, insensibles al dolor de buena parte de la humanidad, y entregados a la merced de un conjunto de “intereses especiales”, que ponen el énfasis en acrecentar sus capitales, a costa de hacer del mundo un lugar cada vez más inseguro y volátil. Con esos vecinos, y esa irresponsabilidad al ir a las urnas, resulta difícil recuperar la esperanza. La cobertura televisiva del linchamiento en Tláhuac nos recordó la desesperación en la que vive buena parte de la población de México. Una chispa, una calumnia, fue suficiente para mover a una turba a golpear y a quemar a tres policías que no fueron apoyados por sus superiores, y que no pudieron ser rescatados por la otra corporación que tenía jurisdicción territorial. Las cadenas de información nacional sí pudieron estar presentes a la hora del atentado, y las fuerzas del orden se mostraron remisas e indecisas. Fue un foco rojo que apunta al cansancio de buena parte de los mexicanos por la incapacidad del Estado para ofrecer seguridad. Es una advertencia sobre los efectos nocivos y antisociales que genera la política ya añeja de apretar el cinturón de los trabajadores, y permitir una polarización económica que resulta escandalosa y criminal. También resultó un fiasco la respuesta del Gobierno federal: Solicitar la renuncia del jefe de la corporación que mantuvo en sus cuarteles a los compañeros de las víctimas, y la renuncia también del secretario de Seguridad Pública del Gobierno capitalino, y dejar en su puesto, protegido e impune, al secretario de quien dependían los asesinados, y también los que fueron mantenidos inactivos durante el asesinato. Como que todo apunta a la desesperanza. El año próximo se inicia la carrera por la Presidencia y los contendientes andan más flacos que caballo en temporada de secas, el único que parecería dar la alzada, está recibiendo un castigo permanente que pretende sacarlo que la jugada, sin reparar en las reglas de una democracia que poco se ve ayudada con las maniobras de algunos de los que se dicen sus adalides. Y creo que es precisamente por este panorama que pareciera devastador, que hay que poner entereza en evitar que las condiciones que lo hicieron posible no vuelvan a tener lugar. Difícilmente podemos hacer algo por la inepcia política de los vecinos del Norte, pero sí podemos decirnos que, si vemos las barbas del vecino cortar, hay que poner las nuestras a remojar… o a buen resguardo si somos capaces de prevenir. Podemos pensar que los políticos y los que dicen ser líderes, en la Nación y en el mundo, han dado muy poco de sí, se han mostrado irresponsables y convenencieros. Bueno, pues es nuestra responsabilidad jalar la rienda y dejar ver que para eso no fueron elegidos, y que el año próximo, y el que sigue, serán llamados a cuentas por sus desatinos. Ése es un buen propósito… Ernesto Camou Healy es Dr. en Ciencias Sociales, Mtro. en Antropología Social y Lic. en Filosofía.
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