Amarres
Ahora sí, la campaña en Estados Unidos. El ex vicepresidente de Estados Unidos Joseph Biden anunció hoy su intención de buscar la candidatura demócrata a la primera magistratura de su país. Con su decisión suman veinte aspirantes del lado demócrata, y probablemente con su anuncio se cierre la lista. Ya se puede tratar de formular un primer análisis de lo que va a suceder con la campaña presidencial de Estados Unidos. Primero conviene formarse una idea de la contienda genérica: Cualquier demócrata contra Trump. En teoría, el presidente en funciones la tiene perdida. Nunca ha rebasado los 40%-42% de aprobación; en noviembre pasado su partido perdió, a escala nacional, por siete puntos porcentuales; incluso en 2016 perdió en el llamado voto popular por tres millones de votos. En ausencia de un@ candidat@ independiente, como sucedió en 2016 con Jill Stein y Gary Johnson, que entre ambos obtuvieron 4.3% del voto, sus perspectivas se antojan demasiado adversas. Conviene recordar que Trump es presidente porque en tres estados -Pennsylvania, Michigan y Wisconsin-, por una diferencia acumulada de 70 mil sufragios, conquistó los votos electorales de esos tres estados que pesan mucho, y donde había ganado Obama tanto en 2008 como en 2012. Asimismo, logró arrebatar los grandes electores de Florida y de Ohio, que también se llevó Obama. Si cualquiera que asuma la candidatura demócrata en 2020 puede vencer a Trump en dos o tres de esos cinco estados, llegará a la Casa Blanca, suponiendo que Trump no le reste un Estado importante a su adversario. Ahora bien, no existen las candidaturas genéricas, o abstractas. En la boleta, aparecerá alguien de carne y hueso, con nombre y apellido. Aquí se comienzan a complicar las cosas. Según toda la comentocracia estadounidense, el partido de Obama y de Clinton enfrenta una disyuntiva interesante, pero peligrosa. Por un lado, puede irse con una candidatura más de izquierda, con posturas francamente social-demócratas -lo que Estados Unidos necesita, intensamente- que responda a las aspiraciones de su base social y militante más radical. Esta se compone de jóvenes, mujeres con educación superior, afroamericanos, latinos, asiáticos y otras minorías “identitarias”. Las opciones, en este caso, son Bernie Sanders, Elizabeth Warren, Cory Booker, y tal vez algún otro. Si cualquiera de estos aspirantes tiene éxito en movilizar a los electorados mencionados -es decir, que salgan a votar mucho más masivamente que por Hillary Clinton en 2016- sus probabilidades de ganar son muy buenas. El problema consiste en la posibilidad de que una candidatura de este tipo aleje o enajene a votantes demócratas blancos, mayores, sin educación superior, más bien de clase obrera, y al mismo tiempo contribuya a movilizar a la base electoral de Trump. Esta doble tendencia podría darle al ogro de la Casa Blanca una victoria que no parece factible de acuerdo con las cifras frías y puras. La otra opción estriba en proponer una candidatura centrista, que no espante a nadie, pero que sea lo suficientemente progresista para sacar a votar a todos los electores citados. De nuevo, existen varias alternativas: Biden en primer lugar; Beto O’Rourke; Pete Buttigieg; Kamala Harris; Amy Klobuchar; y quizás uno u otra más. La ventaja de este camino reside en su centrismo y la posibilidad de recuperar a los votantes obamistas de los estados ya citados, sin perder a la base “identitaria”. El riesgo yace en decepcionar a los más radicales, que llevaron a los Demócratas al triunfo en las elecciones de medio período de 2018. La cuadratura del círculo podría hallarse en un candidato tipo Biden, arropado por un programa más de izquierda, y por una mancuerna vicepresidencial perteneciente, por sus tesis, o por su fenotipo, al ala izquierda. Allí caben sobre todo mujeres, de preferencia afroamericanas. Las dos más viables serían la propia Kamala Harris -afroamericana y con experiencia política, ejecutiva y legislativa- o Stacy Hines, la aspirante derrotada a la gubernatura de Georgia. El único obstáculo ante esta opción surge del sistema: las primarias tienden a producir candidatos en los extremos, no necesariamente los que puedan ganar. Lo que parece seguro a estas alturas es que Trump es altamente vulnerable, con o sin recesión, y que la alternativa demócrata será la más inclinada hacia la izquierda que hemos visto en años, quizás desde 1972. La 4T podría ponerse de plácemes: Cárdenas y Roosevelt redux.
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