Recolectan mujeres seris el regalo del desierto
El fruto del desierto, la pitahaya, es recolectada principalmente por las mujeres de la comunidad de El Desemboque, Sonora, en cada recorrido entre los cactus refuerzan la tradición de esta actividad.
Lo ideal es ir antes de que los rayos del Sol tomen fuerza, sin embargo al ser en el verano la temporada fuerte, el calor y la distancia pesan para quienes caminan largos tramos en busca de la colorida fruta.
El desierto sonorense se viste de colores brillantes, los sahuaros, cinas y pitahayos cargados de años y espinas dan paso a las hermosas flores que más tarde brindan a los seris el sabor dulce de su ofrenda.
Con sus faldas largas, sandalias y pareos que usan para cubrirse del Sol, las mujeres se adentran en el desierto con su “pitahayero” (palo de alrededor de tres metros con un gancho en una punta) y una canasta o balde a cuestas para recolectar las pitahayas.
María Luisa Astorga Flores, una de las mujeres de más edad en el pueblo, platicó que las mujeres se organizan en grupos de entre tres y seis y van al monte juntas, lo que logran recolectar lo traen al pueblo y lo regalan a una familia.
Comparten entre familias
“Esas pitahayas, cuando traen, las llevan a otra familia y luego esa familia, si tiene una cosa más o menos valiosa lo regala a esa mujer para que se quede más a gusto. Y luego al otro día va otra vez y las regala a otra gente”, comentó.
El consumo de la fruta va más allá de comerla, también lo usan para preparar el tradicional vino de pitahaya, que los miembros de la tribu disfrutan, para esto se ponen de acuerdo varias familias con el fin de juntar la cosecha de varios días para luego fermentarla.
La pulpa que puede ser color rojo, rosa, blanco, amarillo o naranja se pone con agua en un recipiente tapado por una o dos semanas, hasta que suelta el color, el resultado es un licor de color intenso y un sabor agridulce.
“Lo tomaban y se ponen bien alegres, se atarantan, cantan y toda la familia se junta”, dijo entre risas, “se juntan ellos y: ‘Ya está el tepache, vamos a estar juntos y vamos a cantar juntos’, es una alegría para ellos, es una fiesta para ellos, cuando hay pitahayas toda la familia, toda la gente que se mira aquí se junta en una sola fiesta”.
Fruto para celebrar
La fruta, su cosecha y su proceso se convierte en un pretexto perfecto para celebrar, se emocionan cuando hay en abundancia, conservan la tradición y conviven, ahí radica la importancia de esta actividad.
“La gente que no conoce, no le gusta comer, pero los seris no, todo el tiempo comemos, cuando hay pitahayas siempre comemos, aunque esté lejos vamos”, expresó, “antes no había nada en qué moverse, no hay carro, no hay moto, pura pata”.
El “pitahayero” es un palo de un cactus seco, al cual le amarran en la punta un pico en el cual ensartan la fruta para bajarla, ya que la fruta se da en la corona de la planta.
“Antes no hay nada de fierro o alambre y ellos lo hacían con pedazo de palo, sacan la punta y luego le ponen con un mecate o antes hacían piolas del mezquite, la corteza del mezquite se hace piola para amarrar las cosas, con eso lo hacían antes”, contó María Luisa.
Hombres y mujeres de todas las edades realizan esta actividad, encuentran en ella la recompensa de mantener vivas sus tradiciones y respirar el aire tibio y a veces terroso de su territorio.
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