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Sentenciados: Descubren el terrible secreto de Jorge

¿Dónde está Andrea?, ¿alguien la ha visto?, era la pregunta que se hacían los vecinos de una colonia popular de San Luis Río Colorado, donde ella vivía con Jorge, quien era su esposo, y sus tres hijos.

Pero no se atrevían a preguntar por temor a importunar. Algunos pensaban lo peor, pues aquella mañana los gritos de la pareja habían sido estruendosos, porque desde entonces a la muchacha no se le había visto por el vecindario.

Incluso a él se le comenzó a ver cada vez menos. Quienes podían observarlo a lo lejos, señalaban que su mirada era la de alguien que guarda escasa esperanza, de quien quiere gritar algo que esconde en su pecho, pero no puede.

Andrea no era muy cercana a su familia. Jorge y sus tres hijos, su trabajo y su casa, eran prácticamente su mundo, por lo que las visitas o las llamadas con su familia eran escasas, sin embargo, mantenía comunicación al menos una vez por mes.

Habían pasado ya tres meses de aquella discusión entre la pareja, empezaba el otoño en aquella fronteriza ciudad y a Alejandra, la hermana de Andrea, le pareció que ese tiempo era ya suficiente para no tener razón de su consanguínea.

“Ya se me hizo mucho a mí que no se reportaba ni nada, entonces fui a su casa pero no abrieron y le dije a los familiares que tenemos aquí en San Luis y comenzamos a buscarla”, señaló la joven.

Pero la búsqueda fue en vano. ¿Dónde se había metido Andrea?, ¿se la había tragado la tierra acaso?, ¿había abandonado a su esposo y sus hijos sin más? o ¿había sido víctima de algún criminal y estaba por ahí en algún sitio donde no pudieran encontrarla?

Jorge volvió al alcohol, dejó su trabajo y a los niños los cuidaba su abuela, mamá de Jorge, la señora Ángela. Tomó de nueva cuenta también las drogas. En ocasiones, según su hijo Eduardo, se le veía hincado en el patio de su casa, llorando, al tiempo que gritaba palabras como "perdóname".

El hombre no pudo más, como quien busca el cuidado de su madre, acudió a casa de la señora Ángela y entre los nervios y el llanto le confesó su horrible crimen: Él había asesinado a su esposa, Andrea.

“No quería hacerlo, pero me puse loco cuando vi que le dio un beso a ese cab… discutimos y le aplasté el cuello en mi coraje y la maté”, dijo a la señora, quien incrédula y por proteger a su hijo, decidió también callar.

Pero tampoco soportó la pena que el silencio en ocasiones impone. Cuando Alejandra, la hermana de Andrea, llegó a ella para preguntarle si tenía algún indicio de la muchacha, se negó en las primeras ocasiones, pero a la tercera vez, le soltó la verdad.

Alejandra encaminó sin dilaciones su pasos hacia las autoridades para denunciar lo que parecía ser el crimen de su hermana a manos de quien fuera su esposo, Jorge, de quien sabía, permanecía escondido en algún lugar de aquella ciudad.

Al día siguiente de interpuesta la denuncia, la hermana de Andrea, junto con agentes policiacos, acudió a la casa donde la muchacha habitaba con su marido y sus tres hijos.

La casa estaba deshabitada, ya que Jorge no vivía ahí, mientras que los niños permanecían con su abuela paterna, pues ella los atendía en lo que aparecía Andrea.

Revisaron toda la casa, pero no encontraron nada, ni en la parte del pequeño jardín, ni en las recámaras.

En ningún sitio había rastro de Andrea. Luego de una hora de intensa búsqueda se dirigieron al patio, sin imaginar lo que les tenía preparado el destino.

Les llamó la atención una pequeña lomita que estaba casi al fondo del patio, que era muy grande, ya que la pareja se había hecho de un buen terreno. A un lado de la pequeña loma se encontraba una pala con la que un agente policiaco decidió remover un poco la tierra suelta.

“El policía agarró la pala y la encajó y removió la tierra esa que estaba suelta y que se nos hizo raro que estuviera ahí esa loma, con poquito que escarbó salió la apeste que no aguantábamos”, expuso Alejandra.

Los elementos de la Policía se percataron entonces de que ahí yacía enterrado un cuerpo, por lo que decidieron llamar a personal de Servicios Periciales; en tanto, siguieron escarbando y realizaron un macabro hallazgo: El cuerpo de una mujer en descomposición estaba ahí enterrado.

¿Era Andrea?, Sí. Sí era Andrea, logró dilucidar su hermana entre el llanto, los nervios y el miedo. Otra hermana de la fallecida, Fernanda, pudo también identificar el cadáver de Andrea no había duda, era ella. Ahora faltaba encontrar a Jorge, a su asesino.

No pasó mucho tiempo para que encontraran al esposo. En su miedo no se percató de que había dejado muchos cabos sueltos, pues a varias personas les había dicho dónde se encontraba, por lo que fue fácil para la policía ubicarlo.

¿Qué había pasado?, ¿por qué llegó al grado de matar a su esposa?, todos esperaban que esas preguntas no quedaran sin respuesta.

Casi cuatro meses atrás, declaró Jorge, él iba llegando del trabajo a su casa. Eran cerca de las 12:00 horas, cuando vio algo que lo volvió loco. Su esposa, Andrea, estaba afuera de su casa a bordo de un auto acompañada de un hombre, de quien se despidió con un apasionado beso en la boca.

“Se dieron un beso en la boca, a mí me dio un chin… de coraje, entonces no dije nada, me paré un rato y me metí luego a la casa donde enojado le reclamé y comenzamos a pelear, yo también venía algo mal por la "loquera”, declaró ante el juez que atendió la causa.

La pareja ya había tenido otros desencuentros, pero Jorge no consideró que sus problemas fueran tales como para que Andrea lo engañara. Al calor de la discusión la tomó por el cuello y la apretó tan fuerte, que le arrebató el aliento, y con éste, la vida.

“Me subí arriba de ella y la apreté del cuello hasta que vi que no se movía, entonces me asusté, agarré una cobija y la envolví y luego la escondí a un lado de un sofácama. Al otro día decidí hacer un hoyo en el patio de la casa para enterrarla”, narró a las autoridades.

Jorge no era un asesino, pero al calor de la discusión todo se le fue de las manos, al grado que decidió contarlo a su madre y a otras personas. Para la justicia no había mucho que investigar, todo estaba claro y ya había un asesino confeso.

Las autoridades ordenaron el levantamiento del cuerpo. La causa de la muerte fue asfixia por estrangulamiento y el juez decidió clasificarla como homicidio, entre otras causas, porque existía entre ellos una relación sentimental y que él se aprovechó de la indefensión de su esposa.

Por este delito, el juez sentenció con una pena de 25 años de prisión sin multa pecuniaria, más un aproximado a los 10 mil 500 pesos por la reparación del daño de los gastos funerarios generados por la sepultura del cuerpo de Andrea.

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