Cuando el gusto por la comida se convierte en esclavitud
La adicción a la comida esconde generalmente una depresión o trastorno de ansiedad, y estos casos van en aumento.

De madrugada, casi todo el tiempo, a Verónica la despertaba una sensación de ansiedad de la que hacía cómplice a su hermana, para levantarse a comer las galletas de animalitos que su padre llevaba para la familia.
Aunque fue gordita casi toda su infancia, durante su juventud se dedicó a hacer ejercicio pues no le gustaba su imagen física. Muy joven "Vero" quedó embarazada, proceso en el cual subió 23 kilos de peso, hecho que la hizo sentir muy mal.
La sensación de que era fea siempre la tuvo, eso derivó en que fuera una niña y joven brusca, su inseguridad incrementó luego de que falleció su madre.
"Llegué a subir 102 kilos a los 37 años, después de mi tercer hijo. Era subir y bajar, yo intentando con la dieta, caminar, el ejercicio, pero nunca funcionó nada. Siempre me ganaba la comida", dijo la mujer, que entonces reconoció que pasaba por un momento de depresión profunda.
Verónica recuerda que fueron muchos los años en su vida donde fue presa de la comida, pues sentía que era lo único que podía hacerla sentir bien, llegaba a comer lo que hubiera hasta por seis horas seguidas y luego vomitaba para continuar comiendo.
“Nunca fui adicta a la lechuga ni al pepino ni a los tomates, eran los carbohidratos los que me compulsaban, que los probaba y no podía parar, seguía comiendo y comiendo. Cuando mi mamá murió empeoró la cosa porque yo empecé a vomitar como las bulímicas”.
Un informe del Instituto Nacional de Siquiatría retomado por la Universidad Autónoma Metropolitana en su análisis "Adicción a la comida, una enfermedad que se agudiza en México", destaca que si bien la comida no genera una adicción como el alcohol o el cigarro, sí genera un vínculo neurobiológico que dispara sensaciones de alivio y satisfacción.
¿Por qué comemos aunque ya no tengamos apetito?, cuestiona el médico siquiatra Jorge Gatica Morales y él mismo responde: "Porque cuando como, eso hace que secrete dopamina y que yo experimente placer, la dopamina es el neurotransmisor que está asociado con el placer".
Destaca que específicamente en el caso de las personas adictas a la comida puede haber una depresión no diagnosticada u otra enfermedad mental y con tal de no sentirse tristes o tener una sensación de vacío, se comienzan a buscar recompensas.
"La mayoría de las personas buscan compensar con alguna sustancia, con alguna droga, o con alguna actividad, algún malestar en el afecto, en el ánimo cognitivo y pues compensarlo de esta manera, aunque pues no es lo idóneo", refiere.
En el caso de Verónica, como ella misma refiere, su compulsión por la comida tenía su cuna en la depresión: "Después de que murió mi mamá yo empecé a conocer la depresión y yo le echaba la culpa a que era gorda, yo decía que cuando recuperara mi figura iba a volver a ser feliz, pero yo no sabía que estaba atravesando por una depresión".
Por invitación de una de sus hermanas, "Vero" acudió al grupo de Comedores Compulsivos Anónimos, donde dice que no tratan a la enfermedad como una adicción, sino como una enfermedad emocional, desde donde ella pudo controlar su problema.
La madre de familia dice que su compulsión por comer no ha desaparecido, pero adquirió un cambio emocional, un desplazamiento del sentir. Sabe que no la va a provocar una ensalada verde y sí unas frituras, por lo que busca limitarlas.
"Ya soy consciente de lo que le puede hacer la comida a mi organismo, no nada más el sobrepeso sino las arterias, los órganos", dice, "yo me merezco algo bueno, ir a comprar mi verdura, hacerme licuados verdes. Mi vida cambió y tengo mejores elecciones".
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí