Y aquí seguimos
Normalicemos salir a las urnas a reconocer a un buen gobierno o a deshacernos de él si no nos satisface.

PROS Y CONTRAS
Al momento de redactar esta colaboración, se difunde la noticia de que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha firmado una orden ejecutiva que reduce aranceles a productos como la carne, tomate, café y plátanos.
Se desconoce con precisión el alcance de la medida, pero de inicio son esos productos los que se mencionan en despachos periodísticos en donde se explica que el propósito es reducir los costos de cosas o alimentos que el país del Norte no es capaz de producir por sí solo para satisfacer la demanda nacional.
La medida deberá reflejarse pronto en los bolsillos de las familias norteamericanas que han visto cómo el costo de la vida se ha elevado debido a las decisiones que el señor Trump ha tomado en materia económica. Llega también cuando la Suprema Corte de EE.UU está revisando si el presidente tiene o no facultades para imponer dichos aranceles, es decir si estaría violando la ley al tomarse ese tipo de atribuciones.
Los niveles de popularidad del magnate han disminuido, incluso en estados donde su partido solía ganar con cierta facilidad. En ese sentido, pareciera que la norteamericana es una sociedad más desarrollada, menos manipulable y más proclive a cobrarse en las urnas las malas decisiones de sus gobernantes. Es que les tocaron el bolsillo y eso sí calienta. No como acá, que hasta los justificamos diciendo que “pobrecitos, es que no los dejan trabajar”.
La lógica es muy simple: Quien ejerce el poder obtenido mediante un proceso democrático, como es nuestro caso, tiene las facultades suficientes que le otorgan la constitución y las leyes que de ella emanan para decidir el rumbo de un país entero. Cuenta además con un poder político suficiente, una capacidad de mando y convocatoria amplísima, como para convocar a fuerzas opositoras, negociar con ellas y hacer que la nación camine en ruta de resolver sus problemas.
Y si fuera el caso que quien gobierna tiene además los votos necesarios en las cámaras, pues mejor aún, porque con esa mayoría puede modificar leyes que permitan mejorar la calidad de vida de las personas en prácticamente todos los sentidos.
Pero no, resulta que con mayoría y todo se siguen haciendo las víctimas, los ofendidos, los dignos frente a una pinchurrienta y disminuida oposición que a pocos representa y que además ha decidido jugar el juego del oficialismo, ese de difundir un mensaje de odio y división a quienes no piensan igual.
El modelo de negocio de la clase política mexicana no ha cambiado mucho y se mantuvo incluso durante el llamado período neoliberal. Mantener a la gente pobre, con pocas posibilidades de dejar de serlo pero con una gran esperanza de que eso suceda. El AMLO opositor lo sabía explicar muy bien, cuando sostenía (y con razón) que los gobiernos priistas repartían dádivas a través de programas sociales que no sacaban a la gente de pobre pero con eso conseguían votos.
El otro AMLO, ese que nos gobernó hasta el año pasado no pensaba igual, incluso creo que aquel de los ochenta y este de los dos miles se hubieran odiado.
Normalicemos salir a las urnas a reconocer a un buen gobierno o a deshacernos de él si no nos satisface. Eso debería ser lo más lógico, práctico, que despojados de fanatismos inútiles, de izquierda o de derecha podamos expresar nuestro sentimiento en las urnas y si una vez le dimos el voto a un partido, negárselo en la que sigue y dárselo de nuevo si en otro momento nos vuelve a convencer.
Pero compramos la idea del tlatoani que todo lo puede, que todo lo arregla y que todo nos puede dar sin que nosotros hagamos el menor esfuerzo. La apuesta sigue siendo la misma, que la gente siga creyendo que votar no vale la pena, para de ese modo mantener un control de las elecciones mediante la manipulación de padrones. Triste, cuando la solución podría ser exactamente lo contrario.
En fin, que mientras reflexionamos en el desierto, la clase política sigue con su intenso intercambio de descalificaciones y ofensas. Ese método de esconder los defectos propios detrás de los del adversario. Están pasando cosas en este País, algunos dicen que la sociedad ya despertó… yo tengo mis dudas.
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