Nixon y Donald

Batarete

En 1972 el republicano Richard Nixon estaba en campaña para reelegirse cuando varias personas entraron a las oficinas del comité nacional del Partido Demócrata, en el edificio Watergat de la ciudad de Washington, para plantar micrófonos y espiar a sus oponentes políticos. Fueron descubiertos y la Policía los arrestó como simples delincuentes.

Se inició una investigación que los relacionó con el Partido Republicano y con funcionarios de alto nivel de la Casa Blanca. Luego salió a la luz que el atraco había sido financiada con fondos del comité de reelección de Nixon.

Aún así Nixon fue reelecto en 1972; pero la investigación continuó y los datos apuntaron que el Ejecutivo había dado órdenes de proteger a sus colaboradores cercanos que habían participado en la operación. Muy pronto las pruebas apuntaron hacia el Presidente y sus asesores. Fue muy importante el trabajo de dos periodistas, Woodword y Bernstein, que investigaron y expusieron al mismo Richard Nixon que tenia un alto riesgo de ser objeto de un juicio político (impeachment) que podía llevarlo a la destitución.

A pesar de su victoria, Nixon y su palomilla comenzaron a contemplar la amenaza de juicio y una posible condena; eso los llevó a considerar la posibilidad de la renuncia, pero tenían un problema: El vicepresidente Spiro Agnew, muy conocido no por su lealtad sino por sus pillerías.

Nixon obligó a Spiro a renunciar y nombró vicepresidente a un personaje con fama de honesto, con la condición de que le concediera el perdón presidencial: Gerard Ford.

En junio de 1974 Richard Nixon se convirtió en el primer Presidente en renunciar a su cargo: A él lo perdonaron, pero 68 de sus colaboradores fueron a juicio y muchos tuvieron penas de cárcel.

Si bien la renuncia de Nixon fue hace 44 años, no es historia antigua: Es algo que pudiera suceder, en estos tiempos bastantes tempestuosos, a Donald Trump, que desde su toma de posesión ha emitido decenas de órdenes ejecutivas, muchas de las ellas anticonstitucioales, y otras que son responsabilidad, no suyas sino de otras áreas de Gobierno. Su prisa por defenderse muy probablemente ahondará su predicamento, sin contar los líos que ya traía en su equipaje al arribar a la Casa Blanca, como su asociación con el pederasta Epstein, y los testimonios que lo ubican, a él mismo, como pedófilo y violento.

El Trump ha sido descuidado en extremo con las normas legales que debería respetar, quizá por ignorancia superlativa o porque cree que el respaldo de los republicanos en el Congreso le da carta ancha para ejercer su mandato sin respeto a la normatividad aprobada y aceptada por los cuerpos legislativos de los EUA.

Sin embargo, la mayoría republicana no parece tan sólida: Cada vez hay más arrepentidos, y el contingente de legisladores que lo apoyan parece estar disminuyendo.

El Partido Demócrata confía en revertir la situación en las elecciones de 2026, y tener votos para enjuiciarlo, defenestrarlo e incluso mandar a prisión a algunos de sus colaboradores.

Tienen un problema: El segundo de abordo, J.D. Vance, no parece muy capaz de asumir el cargo. Donald eligió un equipo formado de millonarios, a los que admira, y de estrellas de la TV reaccionaria que no le hagan sombra. Vance es un político sin demasiada experiencia, pero parece ambicioso y podría renegar de su actual jefe.

Parece difícil que Trump tenga la estatura moral para prever su propia salida de manera responsable. Eso apunta al problema de quién ocupará la oficina en caso de renuncia o juicio en contra suya. A los republicanos les puede convenir deshacerse del Donald y proponer un sustituto serio y de buena reputación, si desean conservar alguna vialidad.

Las votaciones para renovar el Congreso, oportunidad para que los demócratas intervengan con cierto peso, serán el 3 de noviembre de 2026. Vienen meses de definiciones, quizá bastante movidos y no muy atildados, pero sin duda interesantes.