Viaje sin regreso a Timbuctú
Pienso que a ese remoto sitio debería irse López Obrador junto con Andy, Pío, Noroña, Adán Augusto y otros miembros de su cercano círculo familiar y político.

De política y cosas peores
“¿Irás de luna de miel?” -le preguntaron a un novio en la víspera de su boda. “De luna solamente -respondió-. La miel ya me la chin…”. De luna de miel fue cierta parejita a un pequeño pueblo que conservaba costumbres antañonas, entre ellas la del sereno, quien a lo largo de la noche hacía sonar su campana cada hora. Los recién casados acordaron, divertidos, que cada vez que se oyera la campana harían el amor. Tres campanadas resistió el novio, pero supo que la cuarta sería empresa superior a sus menguadas fuerzas. Así, después de un breve sueño salió de la habitación con pretexto de ir a tomar una copa, y en la calle habló con el sereno: “Le ofrezco 500 pesos si en vez de tocar su campana cada hora la toca cada tres horas”. “Tendrá que perdonarme, señor -contestó el hombre-. Hace un rato vino una hermosa joven y me dio mil pesos para que toque la campana cada media hora”. Mi memoria es muy mala: No me permite olvidar nada. Soy memorioso, aunque lejos estoy de compararme con Álvaro Obregón, dueño de una retentiva prodigiosa. Al final de un banquete el michoacano José Rubén Romero, creador del Pito Pérez, leyó un largo poema de su autoría. Al final de la lectura le dijo el Manco de Celaya: “Hermosos versos, Pepe, pero no son suyos”. “¿Cómo, general? -se turbó el escritor-. El poema es mío. Anoche terminé de escribirlo”. “Perdóneme -ripostó Obregón-, pero ese poema lo conozco desde hace mucho tiempo. Me gustó tanto que me lo aprendí”. Y repitió de principio a fin los versos, sin omitir ninguno. Romero, confuso, balbuceaba protestas: El poema lo había escrito él. “Claro que lo escribió, usted, amigo Pepe -lo tranquilizó el sonorense-. Es esta maldita memoria mía, que graba todo lo que escucho o leo”. Imposible igualar ese prodigio, pero diré sin vanagloria que ahora mismo podría recitar completa “La Suave Patria” de Ramón López Velarde; todos los sonetos del “Idilio Salvaje”, de Manuel José Othón; el Nocturno a Rosario, de Acuña, y una veintena más de poemas de igual larga extensión. Cosecho aplausos de mis nietos cuando digo sin equivocarme la relación de los ríos de Europa aprendida en el sexto año de primaria: Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Duero, Ebro, Garona, Loira, Sena. Rhin, Elba, Vístula, Niemen, Oder. Este último aprendizaje hizo que me aficionara a la Geografía. Tengo como un tesoro el Merriam-Webster´s Geographical Dictionary, que registra innumerables datos de los seis continentes en que se divide el mundo: África, América, Asia, Europa, Oceanía y Saltillo. Los cito por orden alfabético, no de importancia. En ese profuso lexicón aprendí que Timbuctú se encuentra en Mali, África, cerca del río Niger. La ciudad fue fundada por tuaregs en el siglo XI, y era punto obligado de paso para las caravanas que comerciaban en la región del Sahara. Actualmente es atractivo turístico por sus interesantes ruinas, restos de la cultura islámica. Pienso que a ese remoto sitio debería irse López Obrador junto con Andy, Pío, Noroña, Adán Augusto y otros miembros de su cercano círculo familiar y político. ¡Qué bien tan grande le haría AMLO a México al avecindarse en Timbuctú! Ese patriótico ostracismo disiparía la amenaza de un maximato, régimen dinástico que se avizora ya, y -lo más importante- permitiría a la presidenta Sheinbaum gobernar sin la sombra del caudillo. Ofrezco no protestar si los del grupo hacen el viaje en business class, se hospedan en hotel de lujo y disfrutan cenas de 47 mil pesos por piocha. Para todos los efectos La Chin… está demasiado cerca del Palacio Nacional. Nuestro País ganaría mucho si López Obrador se fuera a Timbuctú. FIN.
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