Aprendiz de maestro
En el intento de enseñar, mucho aprendí: Se los sigo agradeciendo...

BATARETE
El jueves 15 de mayo fue Día del Maestro. De alguna manera participo en la festividad: Porque desde que terminé la licenciatura en Filosofía, hace más de 50 años, no he dejado de realizar actividades educativas, desde clases y seminarios en aulas, hasta remontarme, con estudiantes de ciencias sociales, a poblados en sierras, selvas y desiertos para instruirlos en los métodos de trabajo de investigación en campo, desde la perspectiva antropológica.
En aquellos años germinales además de los clásicos de la filosofía, estábamos muy interesados en pensadores que anunciaban maneras novedosas de enseñar y aprender, que ponían en cuestión la educación escolarizada tradicional y anunciaban nuevas pedagogías encaminadas a profundizar en las culturas y las sociedades de grupos urbanos o rurales que habían sido excluidos de un desarrollo inequitativo, y que sobrevivían en condiciones de pobreza y dominación a pesar de las promesas de los políticos y de las instituciones internacionales que pretendían remediar ese panorama, sin transformar en lo esencial el modelo económico y social que había provocado esa colosal desigualdad.
Además de Aristóteles, Platón, el Aquinate, Kant, Hegel, Marx o Kierkegaard leíamos a Iván Illich, Paulo Freire y otros pensadores latinoamericanos que criticaban a la escuela tradicional y proponían nuevas formas de educar, a partir de la vida y cultura de los grupos que llamábamos marginados. Freire en particular proponía reflexionar con niños y adultos sobre sus condiciones de vida, sus usos y costumbres, su economía y sociedad, para ir descubriendo, y pasar por un tamiz crítico, las causas de su pobreza y exclusión e idear formas de ir transformando su entorno y sus circunstancias.
Trabajábamos en una asociación civil orientada a diseñar y probar nuevas estrategias educativas con la idea, un poco quimérica, de generar modelos y pedagogías que fueran más adecuados a las necesidades de esas mayorías y les permitieran transformar su vida y su ambiente.
Decidimos organizar un centro educativo en una colonia popular naciente: Por ese tiempo había grandes extensiones de pedregales volcánicos en el Sur de la ciudad de México, y estaban siendo ocupadas, invadidas, por población que tenía ilusión de poseer una vivienda y mejorar sus perspectivas familiares. Con un compañero, también de raíces sonorenses, nos unimos a esa muchedumbre invasora y procedimos a ocupar, invadir, un pequeño predio que consistía básicamente en un hoyo entre peñascos, donde construimos un cuarto de cartón que habitamos por varias semanas, sin abandonar el lote pues la ocupación era la única garantía de posesión. En una iglesia no muy lejana nos daban permiso de usar el baño, darnos un regaderazo y alguna vez hasta nos invitaban a comer esos curas solidarios. Pero para eso nos debíamos turnar, una vez iba uno, la siguiente el otro...
Al final construimos una vivienda con un salón para actividades didácticas alrededor del pozo aquel y, en el primer nivel, una cocina y comedor minúsculos, un baño comunitario y un dormitorio compartido; rellenamos con tierra el fondo del socavón, hicimos un minúsculo jardín y pusimos piso y una puerta ventana a una covacha adjunta, que fue mi habitación por un tiempo. Ahí convivimos con gente muy buena, simpática y trabajadora que poco a poco fueron transformando aquel peñascal en una colonia apiñada y llena de vida, con sus fiestas patronales y sus ceremoniales heredados de los pueblos de sus ancestros; la mayoría viajaba de madrugada a las fábricas donde laboraban, a colonias citadinas donde ejercían como jardineros, limpiacoches, meseros o albañiles.
Con ellos reflexionábamos sobre ese su mundo en construcción: Queríamos instruir y al final los acompañamos y aprendimos juntos; esa experiencia fue un punto de inflexión definitivo en ese camino vital que emprendíamos.
A su tiempo pasé a otras regiones, a seguir como maestro con cultivadores en el desierto de Chihuahua y Zacatecas, el Valle de Toluca, el centro de Chiapas y la Huasteca veracruzana.
En el intento de enseñar, mucho aprendí: Se los sigo agradeciendo...
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