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Migas

En el último informe leído por el mandatario el domingo pasado en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, la cantidad de mentiras fue apabullante

En México, al Presidente únicamente sus aduladores le festejan su fallido sentido del humor, obsequiosamente reverencian las desgracias que ha provocado una administración indolente encabezada por un mandatario cruel.

En el último informe leído por el mandatario el domingo pasado en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, la cantidad de mentiras fue apabullante, sin embargo, esto no es novedad, las emite a diario y seguramente la contabilidad al final del sexenio será descomunal.

Lo que dejó este ejercicio fue algo de lo que en la historia política contemporánea no hay registro, que un mandatario se aprovechara de la ceremonia republicana para hacer afirmaciones con el objetivo de provocar -según él-, a sus adversarios, a sabiendas de la falsedad de sus aseveraciones, cómo el mismo lo confesó al ser cuestionado posteriormente sobre sus declaraciones respecto al sistema de salud:

“Es para que hubiera miga… para dar nota… plan con maña, fue para hacerlos enojar, sino, como se le llama en el periodismo, para que hubiera miga, para que tuvieran algo que decir porque luego se enojan mucho y dicen: ‘A ver qué le sacamos’. Fue para dar la nota”. (La Jornada, 4/09/2024).

Con esta afirmación acepta que en esta materia su administración es un trágico fracaso, gestión en donde impera la ocurrencia, desidia, improvisación y arrogancia, ejes de este régimen que está resultando un veneno social derramado en una población vulnerable, lastimada por las enfermedades y las desventuras.

Hacer de un acto republicano un intento de broma cruel y pretender convertirlo en una ridícula provocación, es una muestra del desapego e irresponsabilidad del mandatario, la demostración inobjetable que la venganza y la revancha es su motivación.

Para él, el infortunio de millones de mexicanos no interesa, lo único es fanfarronear e incitar a quienes, según su enfebrecida fantasía, sólo buscan atacarlo. A fin de cuentas, manifiesta una evidente paranoia, que en un patológico desafío permanentemente contesta con carcajadas ante las masacres, la falta de medicamentos, el Covid, la corrupción de sus cercanos y la inoperancia del Gobierno.

Nunca rebate con pruebas o argumentos, la réplica se arma con burlas o acusaciones personales sin pruebas a quienes revelan con hechos los evidentes fallos o corruptelas, una socarrona risa acompañando siempre la malograda respuesta, el chiste fácil y fallido, evidenciando que las acusaciones tienen sustento.

Nunca lo han conmovido los cientos de miles de muertos por la negligencia y abandono de las instituciones de salud o el sufrimiento de los niños devastados por el cáncer, el Presidente es un bromista con mala leche, un dirigente que cree que su festivo humor es festejado por todos sin darse cuenta que lo retrata como lo que es, un autócrata indolente.

Una de las figuras más chocantes en la larga historia del poder es Calígula, emperador romano atroz y perturbado. Suetonio, el gran historiador narra con precisión la combinación siniestra que se da entre el despotismo y el ilusorio humor del poderoso.

“En uno sus banquetes más suntuosos -escribe Suetonio-, de pronto le entraron grandes risotadas. Los cónsules que estaban recostados junto a él le preguntaron con educación de qué se reía. “Tan sólo de la idea de que, con un movimiento de cabeza mío, a los dos los degollarían al instante”. El humor de un autócrata suele ser mortífero”.

(Mary Beard. La risa en la antigua Roma, Alianza Editorial, 2022).

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