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Alcohol y poder

Actualmente los límites entre lo público y lo privado se han borrado, permitiendo observar conductas personales expuestas ante una sociedad expectante y crítica

En sus memorias (Vol. 7 pág13) Nemesio García Naranjo (1888-1971) relata la anécdota. Al visitar Benito Juárez el Colegio Militar, de entre la formación de estudiantes distingue a un joven de evidentes rasgos indígenas. El Presidente -serio y con una mirada acuciosa-, le pregunta al director: ¿Quién es? El funcionario le contesta: El alumno Victoriano Huerta. Juárez advierte con indudable orgullo el origen de aquel cadete, se le acerca le extiende la mano y en voz alta le dice: “De los indios que se educan como usted, la Patria espera mucho”.

Victoriano Huerta (1850-1916) se graduó con excelentes calificaciones como ingeniero militar, de inmediato se integró a labores acordes a su profesión. Su prestigio como ingeniero y militar fue adquiriendo consistencia, es respetado y cultiva una manifiesta ascendencia entre la oficialidad del aquel ejército porfiriano. El personaje que cumplía con las condiciones de una trayectoria de superación y esfuerzo modificó su destino al aliarse con lo peor de aquel antiguo orden, y en una aventura de sangre y traición da un cruento golpe de Estado, asesinando a Madero y a Pino Suárez, haciéndose del poder apoyado por un ejército desleal.

A raíz de este acto, Huerta pasará a la historia como un personaje abominable, los calificativos que lo identifican son de los más severos. La traición y el abuso siempre tienen consecuencias. Una de las debilidades de Huerta es su afición al coñac. El general quedará marcado como un militar sin principios, infiel y alcohólico. Lo más nefasto en la biografía de un personaje. Se sabe que cometió actos atroces estando habitualmente dentro de una tempestad alcohólica, así continúa hasta que su Gobierno ilegítimo se derrumba estrepitosamente a los 17 meses de aquella felonía conocida como “el cuartelazo”.

Ya exiliado en Estados Unidos convoca a su antiguo aliado y ministro de Instrucción Pública en su Gobierno, Nemesio García Naranjo, se reúnen en Nueva York. Mario Ramírez Racaño lo relata así: “A la hora de comer Huerta, Ratner y García Naranjo se dirigieron a un restaurante. Los dos últimos tomaron aperitivos, pero Huerta se abstuvo de tomar una gota de alcohol.

Durante la comida, Huerta bebió agua mineral y les dijo que había dejado de ingerir bebidas destiladas, pero que de vez en cuando tomaba una copa de vino tinto. Para García Naranjo, ello indicaba que Huerta había decidido tomar las armas, con serenidad y reflexión, y no al calor de la excitación alcohólica”. (1)

Los intentos del militar no llegan lejos, será apresado por las autoridades norteamericanas por fraguar una sublevación y así violar el acuerdo de neutralidad entre los gobiernos. Es recluido en una cárcel del Paso, Texas, y al poco tiempo muere a consecuencia de su mala salud. La combinación de poder y alcohol en nuestra historia presenta un signo fatal, hay que reconocer que el político formado, responsable y profesional no se exhibe haciendo desfiguros alcoholizado.

Actualmente los límites entre lo público y lo privado se han borrado, permitiendo observar conductas personales expuestas ante una sociedad expectante y crítica. La vida política es vertiginosa y un error cambia para siempre el destino de quien escogió esa profesión. El cuidado que debe tener un político es riguroso, la observación es permanente, el juicio público constante y la responsabilidad social enorme. La exposición en estas plataformas digitales nos permite identificar quienes son, sus atributos o deficiencias. Lo afirmó el entonces candidato: “Benditas redes sociales”. Aunque hoy seguramente ya no piensa lo mismo.