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"Ortega, Somoza, son la misma cosa".

Comentamos hoy aquí algunos aspectos de un País hermano porque es latinoamericano y sobretodo centroamericano y en el que la vida de sus ciudadanos en las últimas décadas ha sufrido vaivenes de ciento ochenta grados.

No se trata de una historia “nunca antes vista”, ni siquiera de algo especial. Es una de las muchas historias que la historia tiene guardadas para que sean buscadas y encontradas por quien de veras quiere encontrarlas. Comentamos hoy aquí algunos aspectos de un País hermano porque es latinoamericano y sobretodo centroamericano y en el que la vida de sus ciudadanos en las últimas décadas ha sufrido vaivenes de ciento ochenta grados que en vez de haberlo llevado a un feliz destino, al menos algo duradero, lo ha dejado sumido en un callejón por ahora sin fácil salida. Es Nicaragua y no nos queda pensar ni decir que no nos importa. He leído en estos días algunos artículos breves sobre la vida reciente de los nicaragüenses. Comienzo por voltear la mirada a la situación actual de ese pueblo sobre la cual los medios han dicho ya bastante sobre las sorpresas que su líder gobernante, Daniel Ortega, ha traído sobre la vida de su pueblo. Quizás para algunos o muchos en Nicaragua no sean sorpresas pero, si vemos lo que hoy allá ocurre con una perspectiva a cierta distancia, veremos que lo que allí ha sucedido en los últimos años es algo que sobresale negativamente en relación a la generalidad de los países latinoamericanos pues, incluso los líderes de otros países de la región que hasta hace poco guardaban silencio sobre lo que se veía venir en Nicaragua, hoy algunos, aunque con cierta timidez -por decir lo menos- se han atrevido a señalar las ocurrencias y abusos de Ortega: Quitar la nacionalidad (lo que sea que eso signifique) a buen número de sus opositores, encarcelar a sus rivales con posibilidades de escalar políticamente, silenciar a la prensa, despojar propiedades legítimas de no pocos de sus adversarios, pretender un solo criterio en todos, etcétera, y sin ignorar que la condición social y económica de la población simplemente no ha dado ni un paso adelante y no se atisban probabilidades significativas de que lo haga próximamente. Antes de Nicaragua casi nadie emigraba; en los últimos años ha emigrado el 5% de su población.

Las remesas de nicaragüenses desde los Estados Unidos, que son 5 mil millones de dólares por año, representan alrededor del 25% del PIB del País. Recordemos que el ahora Presidente de Nicaragua fue un colaborador de la insurgencia sandinista para el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza el cual se cumplió en 1979 con lo que se suponía liberado el pueblo de una dictadura corrupta, pero que -y para no caer en una aquí innecesaria crónica de sucesos- años después la oposición venció en votación democrática al Gobierno encabezado por la insurgencia con Ortega su líder, siendo confirmado que éste y sus correligionarios se hicieron ilegítimamente de muchas propiedades de quienes habían huido del País, maniobra que por cierto popularmente se conoció como la “piñata”.

Resultó que de nuevo Ortega llegó al poder y allí está desde 2007. Maquinó una serie de cambios para reforzar su poder y permanencia en el cargo, pasando por encima de derechos y libertades y con especial dedicación a anular las posibilidades de una vuelta democrática de la actual oposición. Si bien el pueblo había visto bien la confiscación de los bienes obtenidos injusta y corruptamente en el periodo somocista, los todavía llamados sandinistas hicieron mano larga y se apoderaron sobretodo de viviendas bajo la acusación de que pertenecían a adversarios allegados a Somoza.

El mismo Daniel Ortega reside hoy en una de esas propiedades y, como él, varios miles de mandos militares. El engañado pueblo vio que las confiscaciones de bienes originalmente bien vistas porque llegarían al pueblo, hubieron de servir, en gran parte, a la satisfacción selectiva de allegados al poder. En los días de protestas que contra el gobierno de Ortega hubo en 2018 se generalizó en las calles -y luego en las casas y escuelas- la consigna popular: “Ortega, Somoza, son la misma cosa”; tácita aceptación de un pueblo que esperando mejores tiempos encontró el doloroso desencanto de un regreso al pasado; un simple cambio de dictador.

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