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Hoyos y política

Hay una perjudicial asimetría en la forma en que se reparten los recursos entre la Federación, estados y municipios.

El Municipio en México quedó subordinado al poder mayor. La incorporación de la figura de Municipio libre fue causa de acalorados debates entre los constituyentes de 1917.

Al final quedó establecido como se concibió y pasó a ser una de las novedosas aportaciones a la Constitución, el Municipio como figura vinculante entre la administración pública y el ciudadano.

Hay una perjudicial asimetría en la forma en que se reparten los recursos entre la Federación, estados y municipios, todo esto a partir del Convenio de Coordinación Hacendaria -que viene del antiguo régimen-, da un destino precario para los municipios.

Al arribo de la democracia en nuestro País se suscitó un fenómeno que incidió en el comportamiento de los presidentes municipales; con el pretexto de la inequidad en la distribución de los recursos, comenzaron los enfrentamientos y la competencia con los mandatarios estatales, algunos con razón y otros de forma mezquina, prometiendo imposibles y armando dañinos conflictos donde el más afectado fue el ciudadano.

La contienda democrática trajo consigo viento fresco, pero también un aluvión de oportunistas sin preparación y rebosantes de ocurrencias que convirtieron la exigua hacienda municipal en botín, afectando las condiciones de vida de las ciudades.

En 1960 el cineasta español Edgar Neville (1899-1967) estrenó una película que ilustra bien la calidad de los gobiernos que tenemos; el largometraje fue realizado en plena dictadura franquista.

El filme, “Mi calle”, es un relato nostálgico del Madrid de principios del siglo 20, donde la pequeña avenida en la que vive un grupo heterogéneo de ciudadanos es el centro de la vida diaria, desde la familia adinerada hasta aquella de recursos limitados. La fraternidad campea en aquel paisaje español de inicios del siglo, con sus problemas y tribulaciones, pero también con las enormes cualidades de aquella relación cercana y fraterna.

No obstante la vecindad, como un magma ardiente debajo de esta relación amistosa entre los distintos habitantes también anida furtivamente un resentimiento destructivo y venenoso, causa de recelos ocultos. Un protagonista secundario -pero no menos importante-, se manifiesta al centro de aquella calle, un hoyo que atestigua la ineficiencia del Gobierno.

La narración avanza junto a la historia de España, el siglo se inicia con trascendentes movimientos políticos, la Regencia, luego el arribo de Alfonso XIII y su derrumbe, la aparición de Primo de Rivera y su férreo régimen para pasar a la Segunda República. Novedosas ideas políticas se asoman y arrasan con las viejas formas.

La democracia popular se convierte en una aspiración que divide profundamente a la sociedad. La guerra civil estalla y fatales torrentes de sangre y destrucción brotan; Franco se hace del poder.

Los personajes acaudalados que inician con el siglo ya no lo son tanto, la calle se va transformando y para los habitantes de aquella avenida el tiempo se convierte en un torbellino. España y el mundo cambian, como un retrato en sepia de aquella calle madrileña. Al final el colorido político define nuevas formas y percepciones.

Después de vivir alteraciones vertiginosas en aquel pequeño vecindario donde la calle era el lazo de unión, lo único que permanece inmutable es aquel socavón al centro de la avenida, a pesar de las variaciones políticas y sociales, la muestra fehaciente de la incompetencia supera cualquier transformación política.

Se podrá ser innovador tecnológico, ecologista, progresista, de derecha o de izquierda, pero la realidad de una administración se manifiesta en un agujero en el pavimento. El Municipio será siempre la muestra más cercana de un gobierno exitoso o deficiente. En nuestra capital sucede lo mismo, los hoyos permanecen como en aquel antiguo largometraje.

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