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Campañas

Hoy se asoma la contienda y López Obrador es un mal perdedor, parafraseando al revolucionario: El fracaso de nuestra democracia sería no librarnos de sus destructores.

Las carreras de largo aliento demandan una condición extraordinaria y a la vez entrañan riesgos inesperados. El Presidente eligió -a diferencia de lo que marcaba la liturgia política mexicana, -un curso largo y adelantado para escoger heredero.

Conocemos que tiene elegida, pero siendo tan proclive a la simulación y al elogio, violando toda legislación e imparcialidad llenó de acarreados las plazas, cargando la atmósfera política con discursos de alabanzas hacia él, sin confrontación de proyectos entre ellos y despojándolos anticipadamente de los cargos que les daban otra dimensión.

Suponía que este carnaval de malos imitadores navegaría sin más acompañamiento que los aplausos y los vivas de multitudes pagadas, sin la observancia de INE, con una presidenta de la institución subyugada por Palacio y convertida en un personaje a su capricho.

Siempre ventajoso, echó mano de sus conocidas maniobras para recorrer el País con su mensaje y así, derramar en él su credo en voz de sus escogidos, todo sancionado y sufragado desde Palacio Nacional.

Al hacer esto, los plegó más a su gracia y ya sin cargo no les quedó más asidero que él. El debilitamiento paulatino apareció, aunado al vano contenido de los aspirantes al ser parte de una administración sin resultados, para acabar en insignificantes aduladores de plaza. La conducción y operación de las campañas descansa en Palacio, en su cinismo imperante, alimentado por su aparato propagandístico y la dosis diaria de veneno que estimula la discordia.

Fuera del chispazo de Ebrard y su madruguete, los favoritos se fueron apagando hasta caer en la irrelevancia. Que Claudia Sheinbaum diga algo no suscita nada, únicamente burlas gracias a su fingido acento tabasqueño, cansa la repetición de los dogmas obradoristas así como la acusación a su villano predilecto: Claudio X. Sin tutor no tiene habilidades para provocar la más insignificante emoción.

Marcelo Ebrard, se diluye según pasan las semanas, luego de su amenaza en La Jornada llegaron las reuniones a modo, donde hace exposiciones soporíferas en las cuales pretende, disimuladamente, congraciarse con aquellos desafectos del radicalismo morenista.

Mañosamente intenta balancear las propuestas mostrándose como un vasallo del mandatario, al ofrecerle una extravagante secretaría para su hijo y la seguridad que sus proyectos continuarían a cargo de su vástago, como si López Obrador fuera un monarca. Esta conducta demuestra más temor que coincidencia.

Adán Augusto no posee cualidades, su oferta es el origen y cercanía con López Obrador, su lenguaje teatralmente tabasqueño lo hacen lucir falso, pero lo más grave es su falta de oficio y programa, reyertas contra el Poder Judicial o comunicadores, mientras tapiza el País con espectaculares y es exhibido con lujos y abusos nunca desmentidos.

Ricardo Monreal es el clásico político veleta, quien ha sacrificado principios por cargos, constitucionalista de ocasión y candidato por distracción, se le podría adjudicar lo que se decía del general Bernardo Reyes, en su larga aspiración por sustituir a Porfirio Díaz: “Cuando pudo no quiso y cuando quiso no pudo”. Con la diferencia que Reyes sí tenía méritos, pero su sometimiento al dictador lo marcó al igual que Monreal.

El 1 de junio de 1919, el general Obregón anuncia su intención de contender por la Presidencia de la República, lo hace desde Nogales, Sonora, lanzando un manifiesto. Felipe Ávila, recoge una de las frases mejor logradas -según el historiador-, en la cual el sonorense advierte que el fracaso de la Revolución sería: “No permitirle al País librarse de sus libertadores”.

Hoy se asoma la contienda y López Obrador es un mal perdedor, parafraseando al revolucionario: El fracaso de nuestra democracia sería no librarnos de sus destructores.

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