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Civilismo en riesgo

Hemos conocido recientemente el manejo patrimonialista que el secretario de la Defensa hace de los recursos del Estado, es una realidad que ha perdido toda autoridad moral ante los ciudadanos, preocupa que esa condición también la haya perdido ante sus compañeros de armas.

En 1956 se llevó a cabo la cumbre de presidentes de América en Panamá, el propósito era rememorar el esfuerzo de Simón Bolívar, quien reunió en 1826 a una amplia mayoría de países americanos, alentando la unidad y estimulando los ánimos independentistas que soplaban vigorosamente por toda América. México asistió al llamado del Libertador, al finalizar aquella conferencia, se decidió el traslado de sus trabajos a nuestro País, eligiendo una pequeña población -que entonces era cercana a la Ciudad de México-, Tacubaya. A aquel histórico cometido se le denominó entonces, Congreso Anfictiónico.

Para honrar aquellos trabajos y revivir los anhelos de pretendida unidad y amistad continental, se congregaron 20 jefes de Estado de toda América en julio de 1956, las condiciones de nuestro continente eran muy distintas al siglo anterior, la hegemonía en la región ya no la tenía España sino un país norteamericano, los Estados Unidos. Las proclamas de independencia se habían desfigurado, se insistía en hablar -de nuevo como en el pasado-, de una necesaria solidaridad entre nuestros países.

Se abordaron temas en que aquel mundo atómico y bipolar nos había heredado la Segunda Guerra Mundial, economía, libertad, progreso, rechazo al totalitarismo y una paz fundada en la justicia.

Se materializó el nacimiento de un instrumento económico que buscaba apoyar el financiamiento de aquellas economías dependientes y disfuncionales, lo que después sería el Banco Interamericano de Desarrollo, el BID.

Más allá de la retórica prevaleciente en aquel encuentro, que lamentablemente se fue convirtiendo en un lugar común de todas la cumbres por venir, muchos de los asistentes latinoamericanos eran militares y provenían de impresentables dictaduras, se habían hecho del poder a sangre y fuego: Alfredo Stroessner de Paraguay, Anastasio Somoza de Nicaragua, Héctor Trujillo- hermano de Leónidas, de Dominicana-, Fulgencio Batista de Cuba. Toda la inflamada retórica que provenía de estos presidentes era letra muerta.

Paradójicamente, por los Estados Unidos acudió un militar, elegido democráticamente pero a fin de cuentas un hombre de armas, Dwight D. Eisenhower. Por México acudió un Presidente civil que, en medio de tantas biografías colmadas de sangre y pólvora, revelaba algo que el sistema político mexicano había logrado con mucho tino, civilizar al poder y darle un rostro diferente.

Adolfo Ruiz Cortines, personaje que había llegado al máximo cargo ya convertido en un político veterano, destacaba por su agudo ingenio y una conducta muy distante de la corrupción alemanista.

En México había prosperado aquel acuerdo no escrito entre militares y civiles, los uniformados se fueron alejando de la política paulatinamente, con un notorio reconocimiento y ganándose un respeto social indiscutible. Hoy las cosas comienzan a cambiar, la cantidad de militares en las posiciones civiles es alarmante y aquellos que siempre privilegiaron el civilismo hoy se encuentran convertidos en entusiastas promotores del militarismo.

El riesgo es grande, regresar a aquellos a los cuarteles será una labor complicada y peligrosa, por muchas razones, pero una que es demoledora viene de los mandos que hoy ocupan esas posiciones, desafortunadamente han sido tocados por intereses económicos.

Hemos conocido recientemente el manejo patrimonialista que el secretario de la Defensa hace de los recursos del Estado, es una realidad que ha perdido toda autoridad moral ante los ciudadanos, preocupa que esa condición también la haya perdido ante sus compañeros de armas.

Después de aquella cumbre, Latinoamérica entró en una vorágine de conflictos, en México, con todos sus defectos y un acusado autoritarismo además de la hegemonía de un partido, se fortaleció con éxito el poder civil.

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