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Prohibir

Pocos políticos mexicanos han entendido y construido el poder como Plutarco Elías Calles.

Pocos políticos mexicanos han entendido y construido el poder como Plutarco Elías Calles: A pesar de tener una sólida formación como revolucionario vanguardista, su intransigente moral pesaba en sus decisiones.

Al arribar a la gubernatura de Sonora en 1915 y ostentar también la posición de comandante militar en el Estado, se propuso convertir a aquella administración en un ejemplo de renovación; una catarata de disposiciones y decretos marcaron su ejercicio, robusteciendo su protagonismo ante aquel movimiento revolucionario.

De los muchos preceptos que instauró, como el salario mínimo, la modificación al Código Civil formalizando el divorcio o la creación de la Normal para maestros, habría que destacar la prohibición para la fabricación y venta de bebidas alcohólicas. El Decreto número 1, expedido el 8 de agosto de 1915, establecía lo siguiente: “Queda absolutamente prohibida la importación, venta y fabricación de bebidas embriagantes en el Estado de Sonora”. La violación a esta ley llevaba penas de cinco años de cárcel.

Elías Calles, había padecido el asedio del alcoholismo, esto provocó en él una aversión a las bebidas embriagantes y a lo que estas causaban.

Aquello lo convirtió en una cruzada personal: Asistía a actos donde se destruían recipientes con rebosante licor, los procesos judiciales y persecución a quienes almacenaban o producían licores de forma clandestina proliferaron, los convirtió en un propósito ejemplarizante de su Gobierno. El bacanora pasó a convertirse en una bebida ilícita, además de modelo de degradación social; la palabra “decadencia” fue usada para justificar aquel decreto.

Las numerosas y rentables fábricas que producían esta bebida legalmente se vieron obligadas a cerrar, las que lo siguieron elaborando fueron destilerías clandestinas en ranchos o lugares ocultos y alejados, carentes de fiscalización, regulaciones sanitarias o de calidad.

Las primeras bebidas que liberaron de este yugo fueron la cerveza, el vino de mesa y la sidra: En 1919 se permitió su fabricación y venta. Para 1921 la ley que castigaba la producción y venta de alcohol quedó sin efecto. A pesar de ello el bacanora siguió proscrito por costumbre y un oscuro temor prevaleciente, su fabricación pasó a ser una actividad rústica transfigurada en una absurdo estigma social.

El bacanora fue objeto de oculta reverencia, conservó aquella aura de misterio y reserva que da toda condena desde el poder, se convirtió en una bebida casi de culto y sin impedimentos legales, la prohibición pasó a ser por décadas una enigmática tradición. Todo por aquel prurito conservador, producto de la experiencia personal y moral de un gobernante.

Elías Calles falló, el decreto fue un fracaso; los primeros en violarlo fueron las autoridades. El alcoholismo continuó y se acrecentó la odiosa práctica del chantaje o el cohecho. Los testimonios abundan. Una productiva industria fue aniquilada por pasiones prohibicionistas.

No sería hasta los años 90 del siglo pasado que esta bebida pudo liberarse de aquellos hábitos sancionadores para lograr establecerse como una empresa formal con obligaciones y derechos.

En este Gobierno se insiste en la palabra prohibir -que tan malas experiencias nos ha dado-, se hace objeto de condena a las tiendas de conveniencia, ubicadas en pequeños pueblos serranos, sin tomar en cuenta que aquellos comercios son algo más que negocios: Otorgan servicios que el mismo Estado no provee. Para muchos de aquellos olvidados habitantes, son más una ventaja que una institución depredadora.

Hay que señalar que el verdadero enemigo social en aquellos lugares es la desbordada delincuencia y la lamentable marginación, no estos comercios legalmente establecidos.

La distorsión del poder se manifiesta en diferentes formas, pero si hay algo que lo define es la pulsión por prohibir.

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