Dignidad

El ejercicio parlamentario en México se ha vuelto superficial, vale lo mismo una formulación pueril que una propuesta de ley trascendente; algunas iniciativas de los legisladores rayan en el absurdo, una propuesta que considera crueldad animal la pirotecnia u otra que persigue hacer de la falda una prenda unisex. Para lo primero con un decreto y su aplicación basta y quien quiera usar falda que la use.

Sin asumir lo apremiante, como el destino del presupuesto y su impacto social o el ínfimo apoyo presupuestario a la cultura y lo más importante, el pronunciamiento ante la grave inseguridad. Ahí nuestros representantes no le mueven ni una coma y se someten ignominiosamente a los deseos del Ejecutivo. No hablan ni proponen, sólo acatan, eso sí un acto de crueldad.

Los parlamentarios asumen posturas políticamente correctas, algo que ya se conoce como buenismo, hipocresía pura, aunada al pavor de tener una posición contraria a la de la mayoría. Todas estas actitudes son asumidas por congresistas obsequiosos, formados a la sombra de personajes penosos, dueños de una raquítica condición intelectual y sujetos a la servidumbre del poderoso.

Estamos padeciendo la falta de rigor en la selección de aquellos legisladores, la mayoría con una vida partidista dudosa, por el resultado de sus intervenciones se aprecia que no tienen ni la más remota idea de la expresión política que los postuló ni el origen histórico de la corriente que representan.

Esto acusa a las dirigencias de los partidos y su estrategia de sumar adeptos a como dé lugar –mezclado con el pernicioso amiguismo-, sin excluir a nadie, todos presentan deficiencias. Obviamente el oficialismo es el que más contradicciones arrastra, su posición dominante lo hace codiciable ante el oportunismo reinante.

En su seno se encuentra por ejemplo Manuel Bartlett, un personaje demonizado -con sobrada justificación- por décadas, hoy un aliado y orgullo de un nacionalismo trasnochado. Qué frustrante debe ser para aquellos que combatieron genuinamente por los mejores ideales de la izquierda, compartir proyecto político con Bartlett, Gómez Urrutia, Félix Salgado y una larga lista de impresentables.

A esta acumulación de esperpentos se suman nuevas afiliaciones, las presumen como si se hubiesen adherido figuras del tamaño y honestidad intelectual de la admirada Elvia Carrillo Puerto (1878-1968) legendaria diputada y sufragista yucateca.

Lo grave no es la ostentación del cinismo -ya estamos acostumbrados-, ni tampoco el escaso nivel de quienes se unen sin el mínimo decoro al Gobierno, sino la burla a la que es sometida la ciudadanía quien votó por un propósito y al final resulta otro. Sin la valentía y el arrojo para defender lo que alguna vez se ofreció, un proyecto contrario al oficialismo.

La falta de coherencia es un lastre que sobrelleva la política mexicana, esto a causa de lo desdibujado que se encuentra el escenario político. La izquierda, anulada por una caricatura de Caudillo preso del delirio y en combate con la realidad. La oposición, que no acaba de articular una aspiración y que es atacada salvajemente desde el poder. La sociedad civil, prudente y atenta a lo que sucede, quien tarde o temprano pasará factura.

La honra trasciende el tiempo cuando se tuvo congruencia. Me quedo con la imagen de un momento histórico, la diputada Dolores Ibárruri (1895-1989) La Pasionaria, entrando a la Cámara de los Diputados en la España pos franquista de 1977, después de un largo exilio, orgullosa, en la ancianidad, del brazo del poeta Rafael Alberti. De acuerdo o no con ella, pero indiscutiblemente la decencia caminando en medio de aquella naciente democracia, lejos del oportunismo y el servilismo, una lección de dignidad.