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La visita

Luis Emeterio Torres coincidió con Porfirio Díaz y emuló con éxito el modelo que se había edificado en torno al oaxaqueño.

Bajo la tutela del general Luis Emeterio Torres (1844-1935), se formará una nueva clase política sonorense. A su amparo crecerán figuras, pero una se destacará: Ramón Corral Verdugo (1854- 1912).

Torres coincidió con Porfirio Díaz y emuló con éxito el modelo que se había edificado en torno al oaxaqueño, lo trasladaría a la región con algunas variantes, pero al final sería impuesto en un Estado que no admitía sumisamente su subordinación.

Luis E. Torres lo tuvo todo, pero quizá lo que mejor atesoró fue poder, desde Nayarit pasando por Sinaloa y llegando hasta Baja California, tomando como su residencia Sonora.

Su lealtad hacia Díaz le granjearía un provechoso trayecto por distintas posiciones políticas y militares en la entidad, así como en otras regiones del País.

En noviembre de 1904, el régimen representado por Torres y los suyos vivió uno de sus momentos más relevantes. Ramón Corral -quien se había integrado al gabinete de Díaz unos años antes-, visita Sonora como vicepresidente de la República.

La primera estancia la hace en Nogales, hasta allá acuden a recibirlo el gobernador Rafael Izábal así como el general Torres.

La recepción a la pareja Corral Escalante fue todo un acontecimiento, las clases se suspendieron, los comercios cerraron, el Estado se volcó ante aquella celebridad. Las festividades por su arribo se prolongaron por toda una semana mientras el visitante permanecía en Sonora.

La cantidad de arcos erigidos para homenajearlo en las ciudades fue numerosa, la creatividad aunada a los mensajes que se plasmaban en estas construcciones eran una apología al personaje, pero también al régimen porfiriano.

Gran regocijo causó dentro del carro del ferrocarril en el que viajaban rumbo a Hermosillo, cuando al momento de pasar por Ímuris observan a través de los cristales a cientos de sonorenses reunidos en la diminuta estación aclamando al vicepresidente, pero lo que más asombró, fue descubrir una edificación que se imponía repentinamente ante aquel transporte oficial.

Un arco majestuoso de más de 40 pies de altura que se asentaba a ambos lados de las vías, obra nombrada: La barbarie huyendo del progreso, simbolizado en las alturas de aquella construcción efímera por un apache montado a caballo y detrás como ahuyentándolo, una moderna locomotora con el nombre de Ramón Corral.

Al llegar a Hermosillo, Corral, flanqueado por el general y el Gobernador, intentan avanzar entre aquella inmensa multitud que los recibía. La capital se había llenado de estos arcos. Hermosillo, Arizpe, Sahuaripa y muchos más, representados por aquellas alegorías de cartón, madera y yeso, sobradas de una inspiración que enaltecía al hijo de estas tierras. Los comercios, casas, oficinas, balcones, exhibían pendones, banderas, guías o retratos del político.

El parque Ramón Corral, reflejaba su nombre circundado con bombillas de luz incandescente que le daban un toque de refulgente modernidad. Corral, avanzó con lentitud entre vítores, abrazos y apretones de manos, protegido por vallas militares y música marcial de fondo.

Después de una semana en Sonora e infinidad de homenajes, Ramón Corral retornó a la Ciudad de México. Seis años después todo empezaría a desmoronarse. Muchos de los participantes en esta recepción acabarían en el bando revolucionario. Corral muere exiliado en París en 1912; Izábal fallece en el trayecto de un viaje a Europa en 1910, sus restos fueron dejados en medio del Atlántico. El general Torres sobrevivirá a todos, aquel anciano y patriarca subsistirá con un modesto empleo en el ferrocarril en California, fallece en 1935.

Recientemente, el secretario de Gobernación visitó nuestra ciudad, a algunos les recordó al viejo priismo, aunque las muestras de oportunismo son más antiguas.

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