Si no te trata bien, aléjate
“Pareces prostituta” le decía él cada vez que ella se arreglaba para ir al trabajo.
“Pareces prostituta” le decía él cada vez que ella se arreglaba para ir al trabajo.
Sonia era una mujer muy guapa, mucho más joven que su marido. Se había dedicado muchos años al hogar, a atenderlo a él y a sus hijos, pero a él lo despidieron de su trabajo y ella tuvo que buscar trabajo para poder traer comida a la casa.
Sonia se levantaba a las 4:30 am, barría y trapeaba, y sacudía toda la casa, se arreglaba para el trabajo, hacia el desayuno, lavaba los trastes, levantaba a sus hijos y a las 7:00 am salía de su casa a dejar a los niños en la escuela y al trabajo.
Su esposo Juan se levantaba media hora antes de que ella se fuera para que ella lo atendiera, le diera el desayuno y le preparara su café. Durante esa media hora él se dedicaba a insultarla y humillarla.
“Que feo huele tu perfume barato”, “te arreglas tanto porque de seguro vas a ese trabajo a encontrarte con tu amante”, “donde te descubra siéndome infiel, te mato y como no pienso ir a la cárcel por matar a una prostituta, me mataré yo también”.
Todos esto se lo decía enfrente de los niños de 7 y 9 años de edad. Sonia se había casado a los 18 años con Juan de 30. Desde que se casaron Sonia se había dedicado a servirle, a mantener la casa impecable porque a él le gustaba mucho la limpieza y se enojaba muchísimo si pasaba el dedo por algún mueble y este tenía un poco de polvo.
Había días que Sonia tenía que sacudir la casa tres veces porque vivían en una colonia donde no había pavimento y el polvo que levantaban los carros se metía a la casa.
Juan ya llevaba un año desempleado y no hacía nada, ni recogía a los niños de la escuela, ni los llevaba, ni limpiaba la casa, ni buscaba trabajo, solo veía televisión y esperaba a que Sonia comprara el mandado, le diera de comer y se encargara de los niños.
Sonia no era feliz, vivía sintiendo miedo de su marido, pero ya se había acostumbrado a vivir así, a sentirse así, a creerse poca cosa, a no exigir respeto, pues pensaba que debía estar agradecida porque cuando él se fijó en ella, ella vivía en una casa de cartón que ni luz ni agua potable tenía. Él la había salvado de la miseria en la que vivía y pensaba que debía vivir agradecida con él.
Sonia un día no aguantó más los insultos y amenazas de muerte de Juan y acudió al Instituto de la mujer. Ahí aprendió que no debía seguir viviendo así. Aprendió a valorarse. Después de un tiempo tuvo el valor de dejarlo, pues con lo que ganaba pudo rentar una pequeña casita y vivir libre y tranquila con sus hijos.
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