Desde la Polis
Tuve la gran fortuna de estudiar la licenciatura con jesuitas. Ahí me enseñaron que “la verdad os hará libres”, frase que se le atribuye a Cristo, en el Evangelio de Juan. Es una máxima poderosa, prácticamente inquebrantable. La verdad, es sinónimo inevitable del conocimiento. El conocimiento es poder. Quien cree saber algo pero la información no es verdadera, realmente vive en la ignorancia, y la toma de decisiones -desde esa posición- nunca conduce a buenos destinos. El conocimiento nos permite elegir con inteligencia y puntería; la verdad nos da la paz de saber que la decisión tomada se basó en evidencia, en hechos, en realidad… no en corazonadas o en lo que dictase la víscera. Esta semana, Ecuador entregó a Julian Assange, el fundador de WikiLeaks. Con tranquilidad, puedo afirmar que el trabajo periodístico de esa ONG representó la más grande disrupción en el ámbito periodístico de nuestra era. Tras la caída del Muro de Berlín se cimentó la hegemonía estadounidense, la forma en que ejercieron el poder generó (entre tantas cosas) una base de datos con millones de paquetes informativos alrededor del mundo. En otras palabras, no era sólo información sobre las actividades de Estados Unidos en el planeta o de las relaciones de todos los países con nuestros poderosos vecinos… sino también información altamente sensible sobre las dinámicas internas de esos países. El estereotipo clásico del ciudadano estadounidense (antes de que muriera el American Dream) era el de alguien muy trabajador, ignorante de lo que sucedía fuera de su país, con un gran orgullo por su nación, fe en su Gobierno y con valores estructurados. En la era en la que irrumpió WikiLeaks, la mayoría de nuestros vecinos del Norte, aún creía el cuento de que el Gobierno de su país obraba siempre en pos de la libertad y la democracia… y que cuando había que sacar las armas en otro rincón del mundo, era para proteger esos valores. De pronto, un día vio la luz un video de un helicóptero del ejército estadounidense descargando sus poderosa metralla en contra de periodistas (confundieron las cámaras con fusiles). Como el pueblo estadounidense no es perverso… hubo horror, gran sorpresa e indignación ante algo que era cotidiano desde la Guerra de Corea, pero que jamás fue expuesto de manera tan masiva y tan gráfica. Las revelaciones de copiosos expedientes informativos no sólo mostraban el modus operandi de EU en sus intervenciones bélicas en Medio Oriente, sino la manera en la que sus embajadores y secciones consulares obtenían información de sus contrapartes por todo el mundo, y también la manera en la que describían a los burócratas de esos países (lo cual generó gran bochorno). Tengo un buen número de amigos gringos que, tras graduarnos del posgrado, pasaron a las filas del Departamento de Estado… vaya brete ético que les representó todo ese episodio, porque por un lado entendían las implicaciones (a)morales de lo que se hacía en el exterior, pero por otro lado pesaba el gran objetivo por mantener la hegemonía y la fortaleza de su país en el mundo. Al final, la gran duda era ¿qué es ser patriota: Exponer la verdad u ocultarla? Es imposible llegar a ser una nación sólida y poderosa sin instituciones medianamente democráticas. El periodismo es una de ellas; nos da acceso a la verdad, a la información. Hace más de 45 años, la prensa estadounidense tumbó al hombre más poderoso del mundo. En México tenemos periodistas de calidad, pero la gran mayoría son chayoteros, paleros, youtubers/opinadores, no hay investigación ni rigor ni calidad (eso abona a la presente ignorancia colectiva). Lo mismo sucede en el sector público: Hay elementos de gran capacidad, pero la mayoría (hasta en los más altos niveles) es, básicamente… chafa. Quizá por esto es que ambas partes no se respetan entre sí, se descalifican a la ligera y no se comprende lo que ambas pueden llegar a aportar para el desarrollo de nuestra sociedad. Urge depuremos ambos círculos, pues sus labores son decisivas y lo que producen tiene un efecto directo en nuestra sociedad. Posdata Jorge Ramos acorraló al Presidente (quien ya usa tablet) en su propio juego; el segundo se hizo bolas con sus números y se refugió en su liturgia de lo que otros hicieron en el pasado. Las redes sociales se enfocaron en ese tropezón… pero les recomiendo que vean la posterior intervención del secretario Durazo. Mostró aplomo, dominio de la numeralia y sobre todo, una lógica política importante que el Presidente no pudo desplegar con claridad. Es extraordinariamente sano -para todos- que esos ejercicios continúen, porque aprendiendo de los errores es como se corrige, se mejora y lo más importante: Los poderosos pueden llegar a abrirle la puerta a la curiosidad, a la duda, y preguntarse si con su estrategia actual basta… o si hay muchas más cosas viables por hacer. La democracia florece en la luz y perece en la oscuridad.
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