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Desde la Polis

PRIMERO Era una tarde soleada en Tijuana. El candidato, que había batallado para que su campaña prendiera, dijo animoso: “Que no les quepa la menor duda: ¡Aquí en Tijuana como en Baja California, vamos a ganar porque nos estamos preparando para ello! Vamos a ganar porque sabemos lo que es la competencia política. Nosotros no le tememos a la competencia política. Lo que sí rechazamos es la incompetencia política”. Minutos después, una bala terminó abruptamente con su vida. Aún cuando el caído sonorense formó parte de uno de los gobiernos más hábiles de la historia mexicana, es ineludible reconocer dos cosas. Primero, en esa etapa se afianzó la entrega de México a los intereses de unos pocos (extranjeros y nacionales). Segundo, el candidato era una hechura política del entonces Presidente, era su carta segura, por eso no eligió a Camacho. Nunca sabremos si la narrativa de la rebeldía y la búsqueda por tener luz propia, por emanciparse del saliente Presidente y por democratizar a México hubiese sido verdad o mito; una bala nos impidió ver más adelante. No obstante, como dije, el de Magdalena sabía bien cuál era la diferencia entre la competencia y la ineptitud. Quienes trabajaron para él saben bien lo severo que era con su equipo y el nivel de calidad que exigía de ellos. La escuela técnica y política instrumentada por su jefe no dejaba lugar a dudas: En el juego participarían sólo los aptos, los habilitados, los preparados. Qué irónico fue el futuro inmediato. El partido que ordeñó y lucró al máximo con la figura del caído se convirtió en un referente de la corrupción y un homenaje viviente a la ineptitud gubernamental. Dicha incapacidad era exactamente aquello que el candidato sonorense prometía, con énfasis, combatir. Lamentablemente, ambas condiciones no fueron monopolizadas por el tricolor, sino que permearon en las demás fuerzas políticas. Eso nos lleva al País que tenemos hoy. SEGUNDO La gente triunfadora, especialmente aquellos que tuvieron que remar contra corriente, siempre se preguntan si realmente merecen estar ahí. Sienten que no pertenecen al sitio donde están y que el resto de quienes están ahí (los “sí merecedores”) los descubrirán, tarde que temprano. A esto le llaman el síndrome del impostor. Es justamente porque se tiene la aptitud para reconocer el alto valor y capacidades de los demás, la dificultad de las responsabilidades encomendados y los elementos necesarios para desempeñarse en ese nivel, que esa gente se cuestiona, ¿realmente pertenezco aquí? Son justamente esas preguntas las que demuestran una personalidad asertiva, consciente y que sin duda, se exigirá lo mejor para cumplir con las metas. Es por ello que merecen estar en las Grandes Ligas. Pero sabemos que todas las monedas tienen dos caras, y la otra se llama efecto Dunning-Kruger. Este fenómeno sicológico, lleva a las personas incompetentes a sobre-estimar sus habilidades, pues no tienen la capacidad para saber cuánto no saben. En el último par de décadas, el desencanto ciudadano por la política (y por los asuntos públicos) provocó que las filas de la burocracia se llenaran, no de servidores públicos (en el estricto sentido de la palabra) sino de vividores, de arribistas y sobre todo -caray- de incapaces. No es coincidencia que por ello el País se haya ido al hoyo de la impunidad, de la improductividad, de la violencia, de las monumentales crisis políticas (a diario vemos la increíble dificultad de nuestros gobernantes para resolver problemas). Aquellos lectores que rebasen las cinco décadas de edad, podrán corroborar lo que aquí digo: Progresivamente se fue empobreciendo la calidad de la gente en el Gobierno, antes no eran tan chafas. No obstante, el poder siguió ahí y ello creó un gran campo de distorsión de la realidad. Hoy, quienes padecen el Dunning-Kruger están convencidos de que son lo mejor que ha producido la sociedad, creen que son muy inteligentes, audaces e intrépidos. La gran incógnita es si quienes padecen este fenómeno son sólo la mayoría de los políticos o también un gran sector de la población en general. TERCERO Mañana estará en Hermosillo el gran Noam Chomsky. Hace un año organicé un encuentro privado entre él y el entonces candidato, AMLO. El legendario pensador llegó expectante a la reunión y se despidió un poco decepcionado: “No por falta de voluntad u honestidad, sino por la férrea noción de López de que él tiene las mejores ideas y métodos… y está muy equivocado”. Si en el nuevo Gobierno tienen la humildad y la capacidad para entender que necesitan toda la ayuda del mundo para sacar adelante al País -y abren las puertas al talento, como hace un año se las abrieron a lo que fuera, con tal de ganar- es válido tener la esperanza de que saldremos adelante. Si los espejismos del poder les hacen creer lo contrario, aquellas palabras de Luis Donaldo en Tijuana, seguirán estando pendientes.

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