Criterio
Recuerdo bien que en una reunión de columnistas de este diario con Alfonso Durazo —quizás cuando todavía era secretario particular del presidente Vicente Fox— se le preguntó su opinión acerca del manejo que el Gobierno habría de dar a algunos espacios de la televisión que trataban con formas de mal gusto cierto tema y me llamó la atención la respuesta del político, misma que se me quedó bien grabada: “Creo que el mal gusto no es motivo de censura”. No es fácil definir lo que es el “mal gusto” pues no hay un consenso de lo que en realidad queremos significar con ese par de palabras. La idea, sin embargo, prevalece en el imaginario de las mayorías. Buscándole por aquí y por allá me quedo con esta idea sobre lo que significa el mal gusto: “El mal gusto se refiere al gusto estético considerado malo, especialmente el vulgar”. Aun así, sigue siendo complicado precisar con toda claridad qué se entiende realmente con esa expresión pero desde aquel encuentro con el político sonorense me quedó la idea de que el mal gusto es un concepto relativo, es decir, que lo es o no lo es según el lugar y la época en la que se dé la expresión. Bueno, pues anteayer domingo leí un artículo publicado ese mismo día en BBC Mundo, firmado por la articulista Dalia Ventura con el título “Cuando sonreír era mala educación”. El artículo parte del hecho de que la pintora francesa Louise Elisabeth Vigée Lebrun —mejor pintora del siglo XVIII— en uno de sus autorretratos, concretamente en el que aparece con su pequeña hija Jeanne Lucie (ver imagen anexa), en el cual se pinta con una modesta sonrisa apenas entreviéndosele sus dientes. Un observador de la época escribió, resumiendo el sentir general de entonces, que aquello fue “una extravagancia, que los artistas, amantes del arte y de las personas de buen gusto se han unido en condenar y que no encuentra precedentes entre los antiguos… pues al sonreír muestra sus dientes y esta afectación es particularmente discorde en una madre”. Hoy, a nadie se nos llamaría la atención la discreta apertura de los labios de Madame Vigée Lebrun y menos se nos ocurriría considerar eso como de mal gusto. Es más, el cuadro nos podría sugerir a una madre virtuosa, noblemente orgullosa y satisfecha con su hijita en brazos. Pero en su época fue de mal gusto. Hoy vemos ciertas maneras que son tenidas como de mal gusto por amplios sectores de la crítica popular, por ejemplo, hacerse tatuajes o adornarse la nariz, los labios o el lóbulo de la oreja tras perforarla con típicos motivos metálicos de forma anular bajo la modalidad conocida como “piercing”; dejarse el pelo muy largo o, en el caso de las mujeres, rapárselo; teñirse el pelo de varios colores (estilo mosaico) o calzar huaraches en el caso de varones cuando se considera que tales prendas no van de acuerdo con su condición socioeconómica, entre otros. También se oye de mal gusto, según la edad y condición de la persona, oírle decir “morro” o “morra” para referirse a un muchacho o muchacha, o preguntarle a alguien cómo ha estado con frases como “¿qué onda?” o peor aún ¿”qué ondón?”. Bueno, el asunto es que algunas maneras tenidas como de “mal gusto” no son en realidad malas, me refiero a que no son real e intrínsecamente maliciosas o cargadas de maldad por lo que, si bien pueden preocuparnos o incomodarnos alguna vez, hay que prever que un poco más adelante podrían ser tenidas como indiferentes o incluso buenas, como es el caso de la modesta sonrisa de Vigée Lebrun. (Si tus hijas e hijos se te aparecen con algún extraño arete en la nariz, por favor no me eches a mí la culpa. Mejor preocúpate de que no cometan acciones realmente malas, como hacer “bullying”, ofender y golpear a otros, robar, mentir, incumplir con sus obligaciones como estudiantes, llenarse el cerebro de alcohol, jugar al sexo, drogarse, etcétera). Jesús Canale. Médico cardiólogo por la UNAM. Maestría en Bioética. Correo: jesus.canale@gmail.com “Creo que el mal gusto no es motivo de censura”. (Alfonso Durazo).
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