CÍRCULO ROJO
Finalmente Benedicto XVI decidió ponerle punto final, desde el Vaticano, al vergonzoso y criminal caso del fundador de los Legionarios de Cristo. La decisión fue tibia, insuficiente y ambigua. Abiertamente inaceptable y ofensiva para las víctimas a quienes ni siquiera mencionaron. Sin embargo, hay que reconocer que pudo ser peor. Joseph Ratzinger pudo haber optado por la continuación del silencio. Pudo mantener el encubrimiento institucional del cual, en su momento, también formó parte. Hubiera sido costoso, pero lo pudo haber hecho. Para el actual Papa, el caso Maciel era una mácula incómoda y permanente como lo será, ya por siempre, para su antecesor. En la práctica el Vaticano, aunque exenta al sacerdote de un juicio canónico y le evita una sentencia formal, está diciendo, sin decirlo: Marcial Maciel, acusado de pederasta, es culpable. Merecía prisión, si el tiempo hubiera sido propicio. Los delitos de abuso prescribieron hace años para la justicia civil y también para la canónica, sin embargo, se mantiene uno imprescriptible, que resulta de la mezcla de cometer y hacer cometer un ilícito y con la misma mano otorgar la absolución. Algo que Maciel hizo en repetidas ocasiones, tal como narran sus denunciantes. Por esa razón y por tantas otras merecía, por lo menos, la excomunión. Benedicto XVI prefirió evitar el extremo y dejar una mínima salida al resto de la Legión de Cristo, tan poderosa y tan influyente cuya vida y obra ha girado, desde siempre, en torno al padre Maciel. Ratzinger les deja una rendija para reinventarse, a través del ampliamente comentado último renglón del comunicado del 19 de mayo pasado. Es claro que para Ratzinger, Maciel era algo más que una “asignatura pendiente”. Hace poco más de un año escribí aquí mismo un artículo sobre el tema. Se supo a la sazón que el entonces cardenal Joseph Ratzinger había decidido reabrir el caso. Se hablaba del disgusto que había causado la fastuosa ceremonia que organizó la Legión para conmemorar el 60 aniversario de la ordenación de su fundador. “Nadie imaginaba que apenas una semana después de aquello, o tal vez a consecuencia de, la abogada de los denunciantes de Maciel, Martha Wegan, era notificada de que la Congregación de la Fe, encabezada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, había decidido reabrir el caso. La sorpresa y la incredulidad eran inevitables. Había sido justamente Ratzinger, quien había cerrado el paso a la investigación que pedía el padre Alberto Athié, sacerdote que recibió la encomienda de Juan Manuel Fernández Amenábar -ex rector de la Universidad Anáhuac-, quien antes de morir y después de haber contado todos los abusos a los que fue sometido dijo en su testimonio: “Marcial Maciel me destrozó la vida”. Athié escribió una carta que hizo llegar a Ratzinger a través del obispo Talavera en la que anunciaba que Fernández Amenábar perdonaba a Maciel, pero pedía justicia. La respuesta de Ratzinger fue de rechazo, argumentando que Maciel era una persona muy cercana y querida por el Papa. Que no podía abrirse ninguna investigación. Aquello colocaba al cardenal Ratzinger como encubridor y parte de un Vaticano que tiempo atrás había decidido también ignorar las acusaciones formuladas con todo rigor por un grupo de ex legionarios. Aquellos quienes, al oír un día que Juan Pablo II ponía a Marcial Maciel como ejemplo para las juventudes, indignados decidieron iniciar una batalla de denuncia a partir de sus propias experiencias, primero dentro de la Iglesia y después a través de los medios, para exigir justicia y desenmascarar al fundador de la Legión. Poca gente conozco con tal solidez y firmeza moral a favor de la justicia y la verdad que este grupo de ex legionarios: José de Juan Barba Martín, Alejandro Espinosa Alcalá, Félix Alarcón, Saúl Barrales, Arturo Jurado Guzmán, Fernando Pérez Olvera, José Antonio Pérez Olvera y Juan José Vaca Rodríguez... “¿Por qué Joseph Ratzinger decidió reactivar el caso contra el sacerdote mexicano, si él mismo lo había detenido años atrás? ¿Calculó el daño que le causaría, dentro de un cónclave sucesorio que ya era inminente, negarse a abrir un caso ya emblemático y expuesto públicamente de manera amplia? Como haya sido, el cardenal tomó una decisión. Designó al sacerdote maltés Charles J. Scicluna como fiscal para el caso. La acusación será bajo el cargo de “absolución de cómplice”, dado que el abuso sexual ha prescrito según el código de Derecho Canónico. La relación de la reapertura del caso Maciel con la llegada de Benedicto XVI es muy clara... La investigación tiene que concluirse pronto. Seis meses cuando más, le dan los denunciantes... Como sea, el tiempo de Marcial Maciel ha llegado”. Hoy, un año después, sin justicia formal de por medio, con sentimientos encontrados, podemos decir sin rodeos que, efectivamente, el tiempo de Marcial Maciel llegó. Nunca más podrá decir que es inocente. Es culpable y así se reconoce. Sus víctimas y denunciantes deberán vivir más libres. No volverán a ser agredidos y nunca nadie podrá dudar de su palabra. La victoria es suya. Carmen Aristegui es comentarista política de radio y televisión.
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