Apoteosis
La toma de posesión de Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo, el pasado lunes, celebrada en la explanada del PRI, resultó, el adjetivo es atinado, apoteótica. Esta palabra tiene raíces griegas y significa deificación de los héroes, suceso que sólo podía tener lugar entre paganos, y nunca en una colectividad cristiana que por definición es monoteísta. Ahora bien, otra acepción sería glorificación o ensalzamiento de una persona por una muchedumbre o una colectividad. De alguna manera, lo que se vivió aquella tarde en la capital de la república, fue una exaltación nunca vista de un presidente del PRI. Otras palabras, provenientes de la antigüedad clásica, vienen a la mente después de aquel espectáculo. Una, que ya se ha mencionado mucho, es “pírrica”; otra, también adecuada para describir, y quizá entender, el fenómeno de la asunción de Madrazo y Elba Esther, es “deus ex machina”. Repasemos un poco la génesis de estos conceptos para tratar de elucidar lo que sucedió al principio de la semana, allá en Buenavista, y entender un poco mejor nuestra cultura política. Apoteosis supone glorificación, es más, en su significado primigenio, es literalmente la deificación de un héroe; hacer a determinado mortal, por sus méritos indiscutibles, parte del Olimpo de los dioses. Bueno pues, tal parece que la multitud que se dio cita aquella tarde de marzo tenía sólo un cometido: Elevar a don Roberto a la categoría de máximo actor político de la nación. Vinieron de Tabasco y de Oaxaca, sobre todo, también de otras entidades; en camiones y autobuses, a cantar cumbias y corridos al nuevo presidente del PRI. Lo vitorearon y aclamaron durante horas. Éste, acompañado por la profesora, se dejó querer. Fue una apoteosis, un intento bien orquestado de hacer de Madrazo un dios genuino del Olimpo nacional. Si se hace historia es difícil recordar tanto alboroto por una toma de posesión del presidente de un partido, así sea del PRI. El pasado lunes se inauguraron varias eras: La de la elección presuntamente libre de dirigentes del PRI, la de éste sin gran elector y, la de Roberto Madrazo, una vez más. Si se las une y enlaza, tenemos un proceso, todo lo desaseado que haya sido, que concluyó en la designación de un nuevo “primer priísta” nacional, quien se muere por ser, además, el gran elector redivivo, y la reinvención de Roberto Madrazo transformado en coordinador afable de las inquietudes del priísmo. Que el acto haya sido apoteótico no es casualidad, más bien responde a la necesidad del PRI de afirmarse, frente a México y frente a sí mismo, como una opción todavía vigente. Antes, cuando nadie dudaba lo más mínimo de la validez, no era necesario hacer tanto bullicio. El Presidente de la República daba línea y el líder del PRI tomaba posesión en una sesión del Consejo, a lo sumo. No tenían necesidad de tantas piruetas, pues el suelo estaba bien lisito. Ahora no. Los brincos parecen imperativos y, da la impresión, que están en relación inversa con las posibilidades futuras, y la vigencia. Si nos enfatizan tanto la unidad, sospecha uno, debe ser porque no parecen estar demasiado convencidos de ella. Desde otra perspectiva, el vestir de dios, así sea menor, a un mortal, responde, creo yo, a la necesidad sentida de disfrazarlo adecuadamente y escamotear, al público interesado, los defectos y mañas del así divinizado. Ahora bien, hay que tener cuidado pues los dioses de la antigüedad, aquellos que se reunían en la cima del Olimpo, eran, basta leer con cuidado a los clásicos, unos verdaderos sinvergüenzas que se pasaban la vida conspirando unos con otros, buscando la manera de ponerse los cuernos entre sí, y traicionando por motivos bastante baladíes, a sus congéneres. Uno sospecha que cualquier humano de la Grecia o la Roma antiguas, que hubiera destacado en las batallas o las funciones cívicas y haya sido objeto de una apoteosis, hubiera preferido, al conocer el verdadero talante de sus compañeros en la divinidad, retornar a la condición de simple humano. Pero también viene a la cabeza la expresión, asimismo antigua, “deus ex machina”, que designaba en el teatro clásico aquel truco, expliquémoslo así, por el cual se hacía intervenir a una divinidad cuando la trama se había enredado tanto que resultaba imposible una solución lógica y apegada a las posibilidades de los simples mortales. Entonces, cuando el autor no hallaba cabalmente cómo deshacer el enredo que había armado, hacía descender al escenario, colgando literalmente de una artefacto, a un actor que encarnaba a uno de los dioses y, armado con sus poderes, supuestamente sobrenaturales, metía al orden a todo el elenco y dirigía la obra hacia un final, no necesariamente feliz, pero al menos apegado a la lógica de la tragedia, o la comedia. En este contexto sería dable pensar que la apoteosis de Madrazo, ha sido una necesaria introducción de un “deus ex machina” cuya función será lograr una tarea, si no imposible, sí harto complicada: Reorganizar al priísmo, reconfigurarlo como un verdadero partido político y dejarlo listo para participar, como uno entre iguales, en lides electorales venideras, transparentes y equitativas. Lo cual da fundamento al último concepto, “pírrico”, para adjetivar el triunfo del tabasqueño: Pirro, si se acuerdan ustedes, era Rey de Épiro, en Macedonia, y ganó la batalla de Ausculum contra los romanos pero con tantas pérdidas que, al vencer, debilitó sus ejércitos y perdió su propio futuro. Murió en la desgracia unos años después. Ernesto Camou Healy Dr. en Ciencias Sociales, Mtro. en Antropología Social y Lic. en Filosofía; Investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.
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