Carlos Torres

Hoy quiero platicarles la historia de un actor muy particular y muy querido en México y en toda Latinoamérica.

Hace casi cien años, cuando la aviación apenas empezaba a popularizarse en el mundo, se fabricaron los primeros aviones mexicanos y los tijuanenses tenemos el orgullo de que esas primeras aeronaves fueron hechas en Tijuana.

Fue sin duda el compositor más grande de México. En ese podium posiblemente lo puedan acompañar José Alfredo Jiménez y Armando Manzanero.

Con aprecio para Verónica Osuna y Ursula Lozano. Es inspirador conocer el trabajo que realizan en la organización pedacito de cielo.

Era el año de 1979, el momento en que un joven delgado de 17 años de edad y un metro y 72 centímetros de estatura abordaba un autobús en la central camionera de Culiacán.

Allá por los años setenta, cuando yo estaba por nacer, mi papá, Luis Torres, abrió un bar en el centro de Mexicali.

La presencia de grandes figuras de Hollywood fue común en nuestras ciudades fronterizas durante la primera mitad del Siglo XX.

El día de hoy celebraremos 122 años de la fundación de la ciudad de Mexicali.

Siendo hijo de dos guanajuatenses, crecí escuchando las historias y en especial la música de aquel mesero que a los 18 años fue descubierto por Andrés Huesca productor de música jarocha quien lo escuchó interpretando la canción “Yo” y “Cuando el destino”.

Las calles del Centro de Tijuana tienen historias que nunca dejan de sorprendernos.

Esta historia que hoy les voy a platicar es para mí una de las más significativas que ha protagonizado un artista en Baja California.

Recuerdo muy bien mis tiempos en la secundaria, junto con mi amigo Julio Trujillo acudíamos a todos los conciertos que podíamos.

En el mundo de la música existen ciertas canciones que se encuentran en lo más profundo de nuestros recuerdos y emociones.

Es muy significativo y emocionante comenzar a compartir con ustedes este espacio al que he denominado Crónicas de la frontera.