Cuando el tiempo nos devuelva
¿A dónde van nuestros muertos? ¿En qué recoveco se esconden?

¿A dónde van nuestros muertos? ¿En qué recoveco se esconden? Yo los imagino flotando, entre destellos rosados y azulados que se disuelven entre la luz, como algodones de azúcar. Así, ligeros, así, invencibles a la gravedad de los días.
Porque tengo la seguridad que mi madre ya no habita el cajón frío de caoba, enterrado bajo la tierra seca de Mexicali. Porque morir, no es desaparecer, es extenderse en la memoria, y yo la siento así, ligera, celestial, acuñada en cada resquicio de mi memoria.
“¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve la cara a la pared? ¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye? ¿Se echa uno a correr, como el que tiene las ropas incendiadas, para alcanzar el fin?”, diría mi poeta favorita Rosario Castellanos, quien murió electrocutada al enchufar una lámpara en Tel Aviv, Israel. Ay, mi amada Rosario, la sombra de la tragedia te acompañó hasta el último aliento.
Para algunos, como Martha, la muerte es “estar dormida”. Para mi mejor amiga, es trascender, evolucionar, ser parte de la vida”. Mi sobrino Manir, médico, la ve como una “colega”, silenciosa y cercana. Para mí, es una cita con Dios.
Ay, la muerte, tan multifacética, tan simbólica y, al mismo tiempo, implacable. Todos nacemos con su sello; todos estamos destinados a ella, marcados desde el primer aliento a encontrarnos con ella. No hay distancia, no hay tregua; se arrastra sigilosa entre los días. Todos condenados, todos destinados.
Jaime Sabines la veía así: “Morir es retirarse, hacerse a un lado, ocultarse un momento, estarse quieto, pasar el aire de una orilla a nado y estar en todas partes en secreto”.
Para una joven madre de una hermosa niña llamada Nour, los muertos solo “pasan a otra dimensión”. A los ojos de la pintora Remedios Varo, la muerte no era final, sino un tránsito o metamorfosis, con un toque de alquimia y un dejo esotérico.
En las palabras de Frida Kahlo, “la muerte es tan magnífica, porque no existe, porque sólo muere aquel que no vivió. Porque sigue viviendo quién, después de muerto, produce en los que le continúan, sensaciones nuevas, anhelos y deseos…”.
Para mí, Beatriz, la que escribe con el alma abierta, la que escucha en silencio la palabra de Dios, la muerte, que vino del hombre, fue también por un hombre redimida. Porque donde hubo herida, floreció la promesa.Celebremos, entonces, a los difuntos: a los que esperan, a los que velan por nosotros desde el polvo, a los que un día volveremos a llamar por su nombre, cuando el tiempo y Dios, que todo devuelve, nos reúna otra vez en la eternidad de un abrazo.
*- La autora es periodista independiente para medios internacionales.
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