Desde otros cielos
He despertado bajo muchos cielos, lejanos, vastos, planos, estrellados, fragmentados y, a veces, desconcertantes.

He despertado bajo muchos cielos, lejanos, vastos, planos, estrellados, fragmentados y, a veces, desconcertantes. Pero mi cielo verdadero está aquí, en una ciudad en medio del desierto. De niña, me recostaba sobre el cofre metálico del auto de mi abuela y contaba las estrellas que se extendían sin fin sobre mí. Las contaba, una a una, desde mi cielo.
He contemplado otros cielos prestados, con atardeceres hermosos, rojizos, cálidos y reconfortantes. Otros más caprichosos, oscuros, sin profundidad, sin principio, sin final. Pero lo que nos pertenece, lo es siempre, desde el comienzo. Mi propio cielo está aquí en Mexicali.Cada rincón de esta tierra desértica me parece propia. Nada se ha perdido; todo parece haberme estado esperando. Ay, Mexicali, cuánto te he echado de menos, el abrazo afectuoso de tu gente franca.
Solo quienes emigramos sabemos lo que significa extrañar tu cielo. Extrañar tu tierra ardorosa, tus tardes terrosas, tus cielos planos. Y ese calorcito persistente que se siente como el brazo firme de una madre.
Perdón si hablo desde dentro, desde las entrañas del corazón, pero este amor me desborda. ¿Lo sienten ustedes también? Cuando uno escucha el nombre de Mexicali en un país extranjero, algo en el alma se estremece. Y ahora, al escucharlo desde aquí, el pecho se ensancha de alegría, de orgullo, de un gozo difícil de contener.
Quisiera descansar aquí, bajo el suelo de esta tierra ardorosa. Reposar mi cuerpo en la erosión del desierto y, después, ser tierra de tu tierra. Convertirme en esa parte tuya que me forja y me atraviesa.
Ay, Mexicali, cuánto te quiero. Cuántos años pasaron lejos de ti y cuántos más habrán de pasar en la distancia. Qué será de nosotras, mi ciudad amada, tú creciendo en cuadrantes, planicies y poblaciones; y yo, volviéndome más pequeña entre tanta de tu gente.
Eres aún joven, pero sólida en tus raíces. Recibes a manos llenas, aunque actúas como un cedazo que intenta retener los corazones dispuestos a trabajar tu tierra fértil, tus campos surcados y prósperos, tu industria efervescente y en expansión.
Tu comercio, sin embargo, sangra pequeñas gotas de dolor. Lo hiere la impunidad que extiende sus tentáculos y la falta de compromiso de quienes deberían gobernar con responsabilidad.
Y aun así, sigues siendo una emperatriz: majestuosa, generosa en amor, refugio y promesa de crecimiento.
Ay, mi Mexicali, cuántos cielos he mirado lejos del tuyo. Y, sin embargo, siempre regreso aquí: a tu cielo, mi cielo… nuestro cielo.
* La autora es periodista inmigrante.
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