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Literatura bajacaliforniana: investigar lo nuestro

Para mediados de los años ochenta, el ingeniero Adalberto Walther me permitió consultar un par de tesoros editoriales.

Gabriel  Trujillo

Para mediados de los años ochenta, el ingeniero Adalberto Walther me permitió consultar un par de tesoros editoriales, obtenidos de su biblioteca particular y relacionados con la literatura peninsular: El país de las perlas y cuentos californios (1904) de José María Barrios de los Ríos y Palos de ciego (1923) de Facundo Bernal López. Un año más tarde, vía el Colegio de la Frontera Norte, empezaron a asomarse otros entusiastas por la literatura regional, que llevaron su curiosidad al desciframiento de las singularidades de las letras bajacalifornianas. Hablo de autores como Humberto Félix Berumen y Leobardo Sarabia Quiroz, quienes a partir de 1987 abrieron rutas nuevas para discernir nuestro pasado literario. El primero lo hizo desde el suplemento Inventario (primero en el abc y después en Diario 29), mientras que el segundo lo llevó a cabo en la revista Esquina Baja (pero también en el abc y en el Diario 29). De ahí en adelante, en términos literarios, lo desconocido se hizo conocido, lo ausente se hizo presente, lo propio se definió de cara a lo nacional, lo fronterizo y lo internacional. Si había que investigar nuestro pasado había que hacerlo en nuestros propios términos.

Sin embargo, de mis contemporáneos, muchos escritores prefirieron nadar de muertito: no era su interés escarbar en la tradición literaria, sacarla a la luz, hacerla pública. Además, de las jóvenes generaciones, ¿cuántos no aprobaron que la historia literaria comenzara con su propia generación y que las figuras literarias anteriores a ellos fueran acumulándose en el limbo del menosprecio colectivo? Así, bajo esas premisas, el diálogo entre autores establecidos y los autores nuevos pocas veces se dio más allá del saludo en ceremonias oficiales. Pocos se interesaron en preguntar cómo se había vivido la creación literaria en otros tiempos, en indagar por las circunstancias, el contexto cultural, las publicaciones, las editoriales, los periódicos donde lograron sacar a la luz sus obras de poesía, cuento, novela, ensayo o crónica.

El pasado era aburrido, convencional. Sólo el presente importaba y de esa forma muchos integrantes de la generación de la ruptura, de mi generación, perdieron la oportunidad de conversar con sus colegas de otras épocas, de enterarse de las semejanzas y diferencias entre ser escritor en 1950 y 1985. No todos, desde luego. Pero sí la mayoría. De ahí que desaprovecharan el conocer el trabajo de guionista de Miguel de Anda Jacobsen, la vida de maestro rural por el candente valle de Mexicali de Valdemar Jiménez Solís, la influencia estridentista que liberó la poesía de Pedro F. Pérez y Ramírez, las batallas para exponer una visión crítica de Baja California, que llevaron a cabo Manuel Gutiérrez Sotomayor y Héctor Gasca, los discursos incendiarios de Rubén Vizcaíno Valencia como orador oficial, o el encuentro de Jacobsen, Vizcaíno, Millán Peraza y Jiménez Solís con escritores como Carlos Pellicer y Miguel Ángel Asturias. Esos pequeños detalles que hacen de la literatura no sólo signos en el papel sino existencias compartidas, experiencias únicas. En mi caso, la presencia de Miguel de Anda Jacobsen como director de la Dirección de Asuntos Culturales en Mexicali de 1983 a 1989, junto con las charlas con Rubén Vizcaíno Valencia en la Dirección de Extensión Universitaria de la UABC, fueron ventanas abiertas para conocer, de primera mano, el trabajo de las generaciones literarias previas, las queapuntalaron la literatura de nuestro estado tanto en la zona costa como en Mexicali.

En el verano de 1988, se realizó el Encuentro de Literatura de las Fronteras enel Centro Cultural Tijuana. Allí, muchosescritores de la generación de la rupturay de otras anteriores nos dimos cita. Entrequienes presentaron ensayos sobre nuestras letras estuvieron Leobardo Sarabia(sobre la cultura de la frontera norte), Ruth Vargas Leyva (sobre la historia de laseditoriales y revistas literarias), Humberto Félix Berumen (sobre la obra narrativade Daniel Sada) y León Zavala. Este últimoexpuso, en un texto titulado “El dilema delescritor fronterizo” que con el transcursodel tiempo “aparecen nuevos nombres deescritores, poetas, e igualmente desaparecen otros; unos, escriben mucho; otros, yano producen. Lo cual indica que la difícillabor del escritor y el hecho de que no reditúa esta actividad artística económicamente nada, va afirmando o rechazandoeso que llamamos talento”.

Eran los primeros avisos de que la literatura bajacaliforniana era un espacio histórico a explorar, a investigar, a exhumaren sus tesoros literarios, en sus obras inéditas, en sus autores por descubrir.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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