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Amor, conciencia y sazón: refugios en tiempos de odio

Mi casa arde con el calor de la cocina.

Beatriz  Limón

Mi casa arde con el calor de la cocina. La mantequilla chisporrotea en el sartén fatigado por los años. Mis manos, sumisas y tenaces, se impregnan de harina de maíz suave. Con ellas doy forma a las arepas, redondas, pequeñas lunas domésticas.

Soy mexicana. Y, sin embargo, aprendí a cocinar arepas porque tengo amigas entrañables, colombianas y venezolanas. Ellas disputan, con fervor y con risa, la autoría de esta masa mestiza. Esa batalla no me pertenece. Lo que sí reclamo es este pedacito de amor culinario que, día a día, me alimenta y me reconcilia con la vida.

Cuando cocino, entrelazo sabores y afectos de distintas culturas. En ese acto cotidiano, parece desvanecerse la realidad de un mundo marcado por luchas de poder, por el dominio de las razas, las creencias, las ideologías. Afuera, el colapso. En mi cocina, en cambio, solo emerge amor.

Una herida me lacera. A veces me consume el odio que se expande en el país al que llegué buscando abrigo. Vine a Estados Unidos con el propósito de seguir construyendo una carrera periodística. Crecí, me formé, avancé de manera monumental. Pero el precio ha sido alto.

Hoy, se vuelve insostenible. Cuando el odio racial y el desprecio hacia las minorías marcan la vida pública, la permanencia se convierte en un dilema moral. Quedarse es aceptar lo inadmisible.

Por lo pronto, mi refugio es la cocina. Allí construyo un mundo diverso entre los sabores que he aprendido a reconocer y las recetas compartidas, tesoros entregados como cofres sagrados. Tuesto el chile de pájaro, tatemo el poblano, empapelo la tilapia, preparo el mole a la vieja usanza y, con ajonjolí. Afuera, el país se desgarra.

Hay momentos en la vida en los que es necesario hacer una pausa. Desconectarse del ajetreo voraz del día a día. De las diatribas políticas, de las dolorosas injusticias, de las doctrinas crueles. Y entonces centrarse en permanecer. En alimentar el espíritu. En fortalecerse. En tomar decisiones serias. ¿Y por qué no? También en cocinar.

Cuando uno está firme, puede extender la mano y decir al que está al lado: estoy contigo para lo que necesites. El sentido, al final, es estar. Por eso me deleita invitar amigos a comer en mi casa. Cocino con amor para ellos, porque sé que la cocina es, en sí misma, una forma de dar amor. Y en estos tiempos, lo que más necesitamos es precisamenteeso, amor. Compartir lo bello. Encontrar, enla gastronomía, el entrelazado de tantas culturas y de tantas memorias.

Ahí me consuelo. En ese instante suspendido donde el chile, el maíz, el cacao y elcafé dialogan como lo han hecho por generaciones. Ahí me sumerjo para ignorar, aunque sea por un momento, la desfachatez deun gobierno autoritario y excluyente.

Mi sartén arde, como mi conciencia. Yo,Beatriz, quisiera ser revolucionaria, pero enrealidad soy un manojo de cilantro lleno deamor, oloroso, fatigoso, destinado a dar sabor. Ese es mi camino, ofrecer propósito ysazón.

El amor se da en distintas formas y endiversas trincheras, en una buena charla,en una oración, en un abrazo. Y por qué no,también en unas arepas doradas en mantequilla y coronadas con carne asada, cremaagria y cebolla morada.

¡Que viva el amor, la conciencia despierta, la buena cocina y la sazón!

*- La autora es periodista inmigrante.

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