Literatura bajacaliforniana: la nueva crítica
Interesarse por las letras bajacalifornianas no es tarea fácil. Ni siquiera la Asociación de Escritores de Baja California.

Interesarse por las letras bajacalifornianas no es tarea fácil. Ni siquiera la Asociación de Escritores de Baja California, que da inicio hacia 1964, pudo lograr que sus miembros difundieran el pasado literario de nuestra región. Ya León Zavala precisaba hacia 1988: “No quiero decir que no haya habido poetas y escritores en la región como los Vizcaíno, Jacobsen, Millán Peraza, Vicente Díaz, Miguel Cobián, Bayardo, Trujillo, etc., sino que el medio no propició el desarrollo de una corriente concreta en Baja California que sirviera de escuela para las nuevas generaciones y la dispersión fue natural hacia el retiro espiritual del Yo en el arte”. Y agregaba: “No obstante, es precisamente a partir de los setentas, cuando se ve fructificando el esfuerzo de los viejos tordos del carrizal fronterizo por empujar a la generación de poetas jóvenes hacia la fundación de talleres de arte y publicaciones”.
Y es aquí donde quiero señalar que en el transcurso del siglo XX y hasta 1972, con la fundación del taller Voz de Amerindia en la UABC, las escuelas de la literatura bajacaliforniana eran las imprentas de los periódicos locales, los antros y cafés donde se juntaban los periodistas, escritores y profesores normalistas para debatir de todo y de nada. Desde los recitales en casas particulares a los que acudía Pedro N. Ulloa en la Ensenada de 1903, hasta las tertulias bohemias de Jesús Sansón Flores en la Chinesca de Mexicali y las cátedras de Rubén Vizcaíno en la cafetería del hotel Nelson en Tijuana, allí, en esos lugares, era donde se movía la vida de los literatos, dándose el vivo aprendizaje, el descubrimiento de autores y libros a compartir, la lectura de textos propios y ajenos. Y no fue sino hasta la aparición de los talleres de creación literaria, entre 1972 y 1986, en nuestra máxima casa de estudios y en las principales urbes de nuestro estado, que tal orfandad empezó a terminarse por dos obvias razones: las nuevas generaciones estaban constituidas por una buena porción de nacidos en Baja California, que no sentían aislados de la cultura nacional y que ya comenzaban a leer a sus antecesores regionales en las lides literarias. De ahí que, para la década final del siglo pasado, el discurso que negaba que hubiera una tradición literaria en nuestra entidad sonaba no sólo falso sino obsoleto. Ya para entonces, Leobardo Sarabia avisaba que “nuestra percepción de la cultura de la región está hecha de retazos, escenas sueltas, postales sentimentales de autores y obras. En los últimos años se realiza una recuperación de ese pasado reciente, aún con pocos asideros y certezas”. Era, pues, la historia de nuestras letras un rompecabezas del cual nos faltaban muchas piezas claves. Varios de nosotros nos pusimos manos a la obra para encontrar las ausencias, para reparar los faltantes, para crear un mapa fidedigno, como Sarabia lo especificaba, “de obras, procesos y creadores: que es a la vez interpretación, apuesta y juego de simetrías”, una aportación colectiva al conocimiento de nosotros mismos.
Y en pocos años, con las obras de crítica y recopilación histórica de autores como Luis Cortés Bargalló, Humberto Félix Berumen, Leobardo Sarabia Quiroz, Harry Polkinhorn, Mark Weiss, Lauro Acevedo, Antonio Mejía, Sergio Gómez Montero, José Salvador Ruiz, Édgar Cota Torres, Martin Torres Sauchett, Óscar Ángeles, Juan Carlos Zamora, Elizabetró th Villa, Iliana Hernández y yo mismo, la recuperación de nuestro pasado literario ha ido expandiéndose, se ha ido profundizando en autores, obras y épocas, demostrando así que hay muchos tesoros que todavía no ubicamos para estudiarlos a fondo, para analizarlos e interpretarlos como merecen.
En los años noventa del siglo pasado, además de las obvias antologías, como Un camino de hallazgos (1992) y Piedra de serpiente (1993), creo que dos de mis libros, De diversa ralea (1993) y Los signos de la arena. Ensayos sobre literatura y frontera (1994) fueron la punta de lanza para indagar más a fondo en la historia de nuestras letras. Ya lo dijo Leobardo Sarabia Quiroz en el prólogo de De diversa ralea: que para estudiar nuestro pasado cultural había que hacer uso de “la indagación académica, la interpolación, el acopio de fuentes hasta ahora desconocidas, la condición de testigo directo y una variada gama de recursos”, que había que complementar “con abundancia de datos y referencias”. Ahora es posible ver que la tradición literaria es un tema que entre todos estudiamos. Y en eso seguimos hoy en día: indagando, interpretando, criticando. Y sobre todo celebrando nuestras letras pioneras.
*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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