Julio Armando Ramírez Estrada: su obra poética-periodística
Al fallecer en 1971, la muerte de Julio Armando Ramírez Estrada causó honda conmoción entre la intelectualidad de la entidad.

Al fallecer en 1971, la muerte de Julio Armando Ramírez Estrada causó honda conmoción entre la intelectualidad de la entidad. En 2021, el centenario de su nacimiento, el Cecut y el Seminario de Cultura Mexicana-Corresponsalía Tijuana, se dieron a la tarea, impulsados por Lupita Kirarte y con el apoyo del historiador Gabriel Rivera Delgado, de publicar tres libros para celebrar tal fecha: la cuarta edición de Los días y las noches del paraíso, la antología Artículos periodísticos en la revista Huella 1967-1968 y una biografía titulada Ritual de vida. Centenario del natalicio del poeta Julio Armando Ramírez Estrada, investigada y escrita por el propio Rivera.
¿Qué aportan esta trilogía editorial al conocimiento de un escritor y periodista como Ramírez Estrada? Creo que su principal aportación es reunir lo más importante de su obra para los lectores del siglo XXI. Lo segundo es ofrecernos un retrato de cuerpo entero de un representante de la Californidad, sacándolo de la sombra omnipresente de Rubén Vizcaíno Valencia y ponerlo en su propio espacio creativo, reflexivo, intelectual, donde podemos apreciar su visión personal de su tiempo y circunstancia, su voz crítica ante el medio en que vivía, trabajaba y se desarrollaba. Tengamos presente aquí que nuestro autor era un poeta de los pies a la cabeza incluso cuando escribía su prosa periodística. Y no sólo lo hacía en sus versos, donde Tijuana aparecía como un “Ajedrez enigmático/tendido en la antesala/caliente del infierno”, mostrando sus “torres repletas de afroditas”, su “Corte feliz de los Milagros”. En uno de esos textos periodísticos para la revista Huella (mayo, 1967), nuestro crítico tomaba el pulso a su propia actividad y afirmaba que: “El crítico debe juzgar de la belleza y los defectos, sin dar preferencia a ninguna de ambas partes. Debe tener afectos, fantasía, sentimientos y sensibilidad con gusto artístico. En suma, a mi entender debe ser sabio y artista. Ha de tener además: buen gusto, imparcialidad, ciencia y libertad”. Y esta postura suya era notoria cuando analizaba la situación del periodismo bajacaliforniano, como ocurría en el número de septiembre de 1967 de Huellas, donde decía que aunque ahora contaban con mejores maquinarias para imprimir los periódicos, “las gentes que escriben en ellos son los mismos de antes. Ahora más amañados, o los nuevos con nuevos repertorios de mañas”. Hay que reconocer, al leer sus artículos, que don Julio era un moralista en toda la extensión de la palabra: lo mismo criticaba a la izquierda como a la derecha, a los rebeldes como a los conservadores, incluyendo “monjas millonarias” y “curas terratenientes”. Nadie escapaba a su crítica sentenciosa.
En el periodismo en boga en los años previos al movimiento estudiantil de 1968, nuestro poeta declaraba por un lado que la vida en la frontera era un “desastre moral”, que los fronterizos vivían con total descaro y, por otra parte, decía que la educación y la cultura eran los únicos diques para frenar semejante desenfreno social, político y económico, para exigir los derechos ciudadanos fueran algo más que ley muerta. Pero don Julio también era hijo de su tiempo, de su educación, y por eso exponía ideas que parecían la intolerancia en persona, como eso de que: “Los jóvenes de 18 años, específicamente los jóvenes bajacalifornianos, no están ni remotamente preparados para votar” o esta otra: “Ya estamos sufriendo las consecuencias penosas de haberle dado el derecho al voto a la mujer”. En todo caso, lo que Ramírez Estrada no soportaba era la mediocridad, la ignorancia, el abuso de los privilegiados contra los desprotegidos. Por eso reclamaba en sus columnas periodísticas: “Señores miembros de la Comuna, las actividades culturales son las que dignificarán a Tijuana. Son los actos culturales y artísticos los que hasta ahora, en el ambiente nacional, han enaltecido a esta población tan difamada y acusada por propios y extraños”. Como lo expone Gabriel Rivera en la introducción de Ritual de vida, el estudio acerca del trayecto vital y creativo de Julio Armando, leerlo nos permite “conocer, adentrarnos y revalorar al personaje en cuestión, con el fin de apreciar su obra y comprender la trascendencia de su legado a la literatura bajacaliforniana”. El legado de un poeta y periodista que fue emblema de la generación de la Californidad. Como su amigo Rubén Vizcaíno Valencia, Julio Armando fue un periodista independiente cuando ser independiente era nadar contra la corriente del poder en turno. Hoy hay que recordarlo como un ciudadano poeta, como un periodista a carta cabal.
*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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