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El país de las persecuciones

En el hotel me preguntan de dónde vengo y cuando digo que de Estados Unidos hay un silencio incómodo. Y luego una especie de solidaridad.

Jorge  Ramos

MADRID.- Camino por las calles de la capital española, y nadie me persigue. Tampoco veo a hombres encapuchados, sin identificación, deteniendo a latinoamericanos y metiéndolos en camionetas negras. Ni a agentes fuertemente armados rompiéndole los vidrios del auto a las personas que se niegan a dar su información privada a policías que no llevan una orden de arresto.

Se nota que estoy muy lejos de Estados Unidos.

Antes de llegar a Madrid, estuve en la estupenda ciudad de San Sebastián y más allá de comer extraordinariamente bien, brincando de un bar al otro sin reservación y solo siguiendo la vista y el olfato, me sorprendió que no vi ni un solo policía durante dos días.

Eso, por supuesto, no significa que no haya policías sino, sencillamente, que yo no los vi. Pero llama la atención que una ciudad que atrae a miles de viajeros y que se queja de la “turistificación” de su parte vieja, no vea la necesidad de tener una fuerte presencia policial.

En el hotel me preguntan de dónde vengo y cuando digo que de Estados Unidos hay un silencio incómodo. Y luego una especie de solidaridad. Me preguntan de Trump y de las redadas que ven por televisión y luego sueltan un aire de incredulidad: ¿Cómo es posible que algo así esté ocurriendo en el país más poderoso del mundo?

Estados Unidos -a mí me tocó- era un país que recibía a los más vulnerables del mundo, a los refugiados de las dictaduras y a los que buscaban una segunda oportunidad en la vida.

Bueno, me recibió a mí cuando México todavía no era una democracia y cuando la censura de prensa bajaba directamente desde la Presidencia a todos los medios.

Pero Estados Unidos, tristemente, ya no es ese país.

Estados Unidos ahora es un país donde persiguen a los más débiles, a los que menos tienen, a los que más ayuda necesitan, a quienes huyeron de sus países de origen para buscar un trabajo mejor, una mejor educación para sus hijos y un poquito de asistencia médica.

Hay cientos de departamentos de Policía que antes daban multas de tráfico y que ahora son cómplices y participantes de las redadas.

¿Con qué confianza vas a denunciar un crimen con la Policía si sospechas que te puede detener a ti solo por la manera en que te ves, o por tu acento al hablar inglés?

El gobierno dice que no, pero la realidad es que están realizando redadas en zonas hispanas y utilizando el perfil racial para detener a migrantes. Basta ver lo que ha pasado en Los Ángeles y en otras ciudades de California.

Si pareces hispano o latinoamericano, si hablas español e incluso si frecuentas ciertas zonas de la ciudad, corres el riesgo de ser detenido y, si no tienes papeles, deportado.

La idea original, la que Trump y sus correligionarios impulsaron durante la campaña presidencial, era que iban a ir por los inmigrantes que hubieran cometido algún crimen. Pero no engañaron a nadie al decir que querían realizar las mayores redadas en la historia de Estados Unidos.

Y eso es lo que están haciendo: Sembrando el terror en las comunidades de latinos e inmigrantes.

Dicen que van a buscar a los criminales, pero luego hay lo que llaman “arrestos colaterales”. Se trata de personas que estaban en el lugar y en el momento equivocados y que, al no demostrar que tienen los documentos para vivir legalmente en el país, también son detenidos. Nadie se salva.

Acabo de entrevistar a una joven de 23 años que llevaba 12 años viviendo en Estados Unidos, y que prefirió autodeportarse a México para evitar las humillaciones de un centro de detención.

Y un padre, también mexicano, me contó cómo fue detenido su hijo, que viajaba como turista, en una autopista de la Florida. Tras ser arrestado, le pidió ayuda a su hermano, y al llegar el hermano también fue detenido. Los dos están ahora en las inhumanas jaulas de la cárcel del “Alcatraz de los caimanes” en medio de un pantano floridano.

Cosas increíbles están ocurriendo. Como el arresto de un estudiante venezolano de 20 años en Nueva York o la deportación a la cárcel de máxima seguridad en El Salvador de 252 venezolanos arrestados en Estados Unidos.

Cómo habrán sido tratados los que se alegraron al ser enviados recientemente a Venezuela.

Lo que es inverosímil es que Estados Unidos deporte a venezolanos, cubanos y nicaragüenses que están huyendo de una dictadura. En mis cuatro décadas en Estados Unidos yo no había visto eso.

No, nada va a mejorar. Al contrario. Se acaba de aprobar un nuevo presupuesto que añadirá 10 mil nuevos agentes de migración y otros centros de detención. Y el gobierno quiere llenarlos.

Las persecuciones en Estados Unidos no son solo contra extranjeros. También se ataca a jueces, estudiantes, empresarios, periodistas, educadores y enemigos políticos.

Trump acaba de acusar al ex presidente Barack Obama de “traición”. Lo acusa de, supuestamente, liderar una conspiración para ligar a Trump con Rusia antes de las elecciones del 2016.

No hay ninguna evidencia creíble de esto y además Trump ganó esas votaciones. Pero las persecuciones han llegado a su nivel más alto.

Ante este terrible panorama, siempre sirve tomarse un descanso en España o en cualquier otro país para darse cuenta de que el mundo no es tan desalmado como Estados Unidos. (Desalmado es una palabra fuerte; nada peor que perder el alma.)

Estados Unidos es una nación que tiene tanto que dar y que, en cambio, su actual gobierno ha decidido presumir de su propia crueldad. Ahora es el país de las persecuciones.

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