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De Baja California a Japón: el regreso a casa

Hatsutaró, el náufrago japonés que llegó a Baja California en 1842, lo mismo que el resto de la tripulación del Eijú Maru, lo que más querían era regresar a sus casas.

Gabriel  Trujillo

Hatsutaró, el náufrago japonés que llegó a Baja California en 1842, lo mismo que el resto de la tripulación del Eijú Maru, lo que más querían era regresar a sus casas. Un amigo de Chosa, de apellido Beron, fue la clave para solucionar el problema del viaje de regreso. Él fue el que les explicó a los japoneses que necesitaban tomar un barco en Mazatlán que fuera a la China (ya que Japón seguía con su política de no aceptar barcos extranjeros en sus puertos) y de China podían tomar un barco japonés a casa. La travesía era larga y sinuosa, pero los japoneses aceptaron el plan de inmediato.

El primero de diciembre de 1842, un año después de la tormenta que destrozó el Eijú Maru, Hatsutaró y Zensuke, gracias al apoyo económico de Chosa y Beron, dejaron Baja California rumbo a Mazatlán. La familia Chosa los despidió muy a la mexicana: “Al percatarse que dichos hombres no volverían jamás, tomaron con sus manos las manos de Hatsutaró, lo abrazaron y lo despidieron emocionados. En ese país, cuando alguien, sea hombre o mujer, joven o viejo, rico o pobre, se despide de sus amigos cercanos, ellos le aprietan las manos y lo abrazan efusivamente. Los hijos de don Miguel, montados a caballos, bajaron a la playa y junto con los otros japoneses que se quedaban, vieron a los hombres partir”.

En Mazatlán, el propio don Miguel le suplicó a Hatsutaró que se quedara. Este respondió que “durante los últimos meses he incurrido en una gran deuda con usted, tan profunda como el océano, y ahora de nuevo me honra pidiéndome que me quede. Yo dejé en Japón a mi familia y yo siento que debo regresar con ellos a atenderlos, por eso declino, respetuosamente, su oferta”. Lo cierto era que Hatsutaró estaba muy conciente que sin el apoyo de don Miguel él nunca podría haber regresado a Japón. Años después afirmaría que Chosa lo había tratado y cuidado como un padre trata y cuida a su hijo. En diciembre de 1842, Zensuke y Hatsutaró partieron de México rumbo a China. De ahí fue fácil encontrar, en Macao, amigos japoneses y finalmente regresaron a su país, en enero de 1844.

Pero el regreso tuvo sus propias complicaciones burocráticas: los magistrados japoneses los detuvieron para interrogarlos y saber qué habían visto del mundo exterior, tan temido y a la vez tan enigmático. Así que Hatsutaró pasó varios meses confinado en su propio país hasta que las autoridades quedaron satisfechas y lo liberaron. Y en octubre de 1844, tres años después del inicio de su aventura, pudo volver a su hogar. El largo periplo, al menos para él y para Zensuke, había terminado.

De los otros japoneses que se quedaron en Baja California desconocemos su destino. Si pudieron regresar a Japón o si se casaron con las hijas de Chosa y de otros bajacalifornianos, no lo sabemos. Pero es necesario considerar que bien puede haber sangre japonesa en los descendientes de las antiguas familias peninsulares. Lo importante del viaje involuntario a México por parte de Hatsutaró, es que él lo relató a varios periodistas japoneses que lo entrevistaron a raíz de su regreso a casa. Su historia se hizo tan famosa que los periodistas Maekawa Bunzó y Sakai Junzó la recopilaron en un libro titulado Kaigai Ibun: Amerika shinwa (Una extraña aventura más allá de los mares: una nueva crónica de América), que fue publicado en 1854.

Otro periodista-escritor, Aiko Gyosó, dijo de la historia de Hatsutaró que “los lugares en que él estuvo y las cosas que él vio suenan curiosas y maravillosas para nosotros. Sin embargo, cuando lo narrado es comparado con el mapa del mundo, es evidente que el país que él dice haber visitado es un lugar real al que es posible llegar por medio de grandes barcos, y por lo tanto no es un mítico paraíso terrenal”. No. Por supuesto que no lo era. Hatsutaró no había visitado ningún jardín del Edén. El únicamente había descubierto la península de Baja California, donde sus habitantes no eran dioses severos, sino gente hospitalaria y cordial. Tal era la verdadera naturaleza paradisiaca que Hatsutaró recordaría, agradecido, el resto de su vida y de la que su diario sería prueba irrefutable de que la relación entre México y Japón, entre Baja California y Japón, era una ruta a futuro, un trabajo por hacer.

*- El autor es periodista, abogado y escritor mexicano.

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