El éxodo es renacer
“Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno…”

“Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno…”
Hace días que esta estrofa del tango de Gardel resuena en mi mente, como un eco persistente que me trae memorias y una tristeza que no se disipa.
Pienso en mi gente. En las injusticias que viven a diario. En cómo los someten con violencia fría, sistemática. En cómo los criminalizan por existir, los silencian, los empujan hacia confinamientos que bien podrían llamarse los campos de concentración modernos. Uno se vuelve un espectador, que día con día, se le va marchitando el alma.
A mis connacionales les digo, volver no es derrota. Regresar a la raíz, a la tierra donde alguna vez creció la esperanza, tal vez sea lo que hoy nos salve. Volver no siempre es un paso atrás; a veces es el único camino ejemplar.
Quizás ha llegado ese momento, retornar, no con desconsuelo, sino con la posibilidad de un nuevo comienzo. Aquí en Estados Unidos, el horizonte se nubla. Lo que vivimos hoy no es sino el primer atisbo de una dictadura que se cierne feroz y sin cautela. Y los primeros en la mira somos nosotros, los latinos. Los que hablamos con acento, los que amamos en español, los que luchamos por pertenecer.
No se los digo con resignación, sino con determinación. Que no se nos haga costumbre el miedo. Que no se nos haga hogar el abuso. Que no normalicemos la impunidad. Ninguna persecución racial debe aceptarse bajo ningún término, política o circunstancia.
El gobierno actual opera sin frenos. Ha cruzado límites éticos y civiles con una desfachatez preocupante. No hay rastros de compasión, ni señales de conciencia, los derechos humanos se han vulnerado. El estado de derecho no existe. Se conducen con soberbia y arrogancia, desestimando el aporte invaluable —económico, cultural y humano— de nuestras comunidades.
Ultrajan a hombres y mujeres rectos, trabajadores, de fe, con principios sólidos. Criminalizan al inocente, excluyen al justo y deshumanizan al migrante.
Esto no es solo una crisis política. Es una crisis espiritual. Es la desfiguración del alma de una nación que alguna vez prometió libertad y refugio, y que hoy abandona esos principios con un cinismo letal.
En tiempos así, es fundamental recordar que existe una tierra que nos pertenece no sólo por derecho, sino por amor, aquella que nos vio nacer. México, con todas sus contradicciones, con la herida abierta de gobiernos corruptos que empujaron a millones hacia la pobreza y el exilio, sigue siendo hogar. Porque a pesar de la distancia y el desarraigo, jamás dejaremos de ser mexicanos. Y en México, aún con sus sombras, nunca seremos extranjeros.
Migrar duele. Siempre deja una cicatriz abierta. Pero esta vez, el dolor no es solo por la añoranza de lo que dejamos atrás. Es un dolor más profundo. Lo que sentimos ya no es solo exclusión, es un intento de borrarnos.
Y cuando una nación poderosa se vanagloria de ideologías que promueven el odio, cuando el discurso oficial pierde toda misericordia, el dolor de migrar se transforma en algo más, en una advertencia.
Renazcamos en el amor, desde lo más profundo del alma, ese lugar donde se forja el espíritu. Abran sus horizontes, una vez cruzada la frontera, se puede volver a cruzar de nuevo. Somos nómadas, habituados al desierto, a domar ríos y bordear montañas. El éxodo no es solo un desplazamiento, es una oportunidad para renacer. Lo sabemos bien…somos migrantes.
*- La autora es periodista inmigrante.
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