La Navidad más feliz de mi vida
Quise recordar una de mis navidades favoritas, y esa memoria se centra en mi niñez, en un pueblito de Sonora, llamada Huatabampo.
Quise recordar una de mis navidades favoritas, y esa memoria se centra en mi niñez, en un pueblito de Sonora, llamada Huatabampo, dentro de una casa con paredes de adobe y pisos pulidos con petróleo.
En un tiempo cuando todos los primos éramos niños, con las almas frescas, los sueños intactos, sin el engaño de la vida, cuando todos solíamos reír a carcajadas, sin malicia de los años, con las entrañas limpias.
Vuelco la mirada atrás, y reconozco lo difícil que es mantener esa sonrisa impecable, seguir abrazando esos sentimientos justos, esa manera de ser buenos por el solo hecho de ser niños.
Al crecer, la mirada se transforma. El blanco se vuelve más puro, el negro más profundo, y los grises revelan sus secretos. Aprendemos a reconocer los matices y a escoger los colores que deseamos llevar en esta travesía de la vida. Hoy evoco a esa niña de corazón desbordante de fantasías. Escudriño en lo más hondo de mi ser, y ahí la encuentro, intacta, vibrante. La invitaré a salir, a caminar conmigo. Quizás juntas escribamos versos que nazcan del alma, o pintemos con acuarelas los paisajes del desierto que tanto amo.
Esa niña recordará con amor a su madre, que la quiso tanto, y se imaginara junto a ella, sentada a su regazo, mientras le cuenta lo bendecida que ha sido su vida. Esa pequeña le dirá a su madre, que construyó una vida en un país lejano, con gente cálida que la quiere y la abraza.
¿Quién pudiera volver a ser un niño? Diríamos muchos. Pero estoy por cumplir 51 años, y mi espíritu rebosa de alegría, como el de esa niña, en aquel pueblito con un sol fulgoroso.
¿Cómo es que se renovó mi alma? Después del pretencioso tiempo que te obliga a querer crecer amando lo de este mundo. Fue Dios.
Quise recordar la Navidad más feliz de mi vida, porque estoy feliz de por fin encontrar el sentido verdadero de la natividad de Jesús. Y la quiero vivir desde lo más profundo, con la entrega más sincera y mi alma palpitando de alegría.
Cuando el camino era incierto, Dios me tomó de la mano, como esa niña, me guio con paciencia y me indicó la dirección correcta. No solo eso, con cariño quitó las vendas de mis ojos, y me dejó ver con claridad mi camino. Me satisface decirlo, y más compartirlo, por si logró con mis palabras tocar algún corazón perdido.
Vivamos pues, de aquí en adelante, las navidades mas felices de nuestras vidas. “Y el testimonio es este: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida”.
*La autora es periodista independiente pa
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