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El observador crítico de nuestras letras

Es muy extraño en estos días, en que la cultura mira fijamente hacia adelante, encontrar en nuestra entidad libros publicados sobre la literatura de Baja California.

Gabriel  Trujillo

Es muy extraño en estos días, en que la cultura mira fijamente hacia adelante, encontrar en nuestra entidad libros publicados sobre la literatura de Baja California, obras de peso que examinen el pasado, nuestro pasado literario, con la sapiencia del estudioso y el entusiasmo del genuinamente interesado en tales menesteres. De las generaciones de investigadores y ensayistas que surgieron en las dos últimas décadas del siglo XX, sólo puedo pensar en Humberto Félix Berumen, Leobardo Sarabia Quiroz y yo mismo. Y en cuanto a los estudiosos, los que han abierto nuevos caminos para adentrarse en nuestra literatura ya en el siglo XXI, me quedo con los trabajos de José Salvador Ruiz y Elizabeth Villa. Fuera de ahí el terreno queda supeditado a artículos de opinión, reseñas, entrevistas y homenajes a ciertos grupos y autores, donde los biográfico -la creación de mitologías generacionales- le gana a la crítica literaria, donde lo confesional -el monólogo anecdótico- vale más que la literatura en sí.

En nuestro tiempo, donde lo que se comenta brilla como chispas en las redes sociales, cada voz dice sus grandes verdades desdeñando agregar argumentos claros y pruebas tangibles. El gusto personal es el gran Moloch de nuestra era: un dios que todo lo consume y nada reprueba, que todo lo abomina y nada arguye. Se discute, se impugna, se desdeña sin demostrar porque se deja de lado a tal o cual obra, porque se minimiza a tal o cual autor. Y menos hay visiones panorámicas, de campo abierto, donde se analicen los logros y tropiezos de la propia generación. El horizonte cultural de nuestra época ya no requiere a la razón para debatir las contribuciones a la literatura regional. Basta el sano prejuicio, la lectura sesgada, la falta de ganas para indagar en archivos, en bibliotecas, para exhumar el pasado y volverlo un interlocutor necesario para entender nuestro aquí y nuestro ahora, para entendernos a nosotros mismos. Tal vez por eso, quitando a los cinco autores antes mencionados, no hay investigadores de calado que se sumerjan en la historia de nuestras letras; que valoren su propósito, su sentido, su pertinencia; que abran nuevas sendas a nuestra comprensión de lo que entre nosotros se ha escrito desde el siglo XIX hasta la fecha.

Y es aquí donde la aparición del más reciente libro de Humberto Félix Berumen llega en el momento justo. Historia mínima (e ilustrada) de la literatura en Tijuana (Cecut-Secretaría de Cultura del gobierno de México, 2022) es, como el mismo autor lo advierte a sus lectores, una guía de navegación de los autores que escribieron en aislamiento, de la generación de La Californidad (aunque Berumen aborrezca la palabra generación), de los siete poetas jóvenes de Tijuana y los escritores que siguieron a este septeto desde los años setenta del siglo XX hasta nuestros días. Es decir, en esta aportación de Humberto nos encontramos un tapiz colectivo hecho con retazos varios: semblanzas, estudios de caso, reseñas de obras, listado de hallazgos y descubrimientos, críticas de movimientos literarios; todo ello aderezado con un relato del contexto en que cada suceso tuvo lugar o en que cada autor se dio a conocer. Estemos o no de acuerdo con Félix Berumen, su narrativa es ejemplar, acuciosa, precisa, amena, llena de ideas a considerar, de reflexiones a tomar en cuenta.

Pero de eso se trata cuando haces un recuento y pones tus argumentos en la mesa de las discusiones públicas. En Humberto hay un gusto bien definido y bien expuesto sobre lo que es literatura. No hay en las páginas de este libro nada oculto, nada bajo mano. Félix Berumen ejerce su juicio crítico, su juicio estético, sin miramientos ni concesiones, a la vista de todos. De ahí que de la narrativa de la antología Fuera del cardumen (1982) no rescate los cuentos de Jesús Guerra, Virginia González Corona y Raúl López Hidalgo, o que le parezca la producción de Estela Alicia López Lomas, “caudalosa pero irregular”, o que vea en la narrativa de Hilario Peña una “prosa utilitaria, desprovista de mayores recursos literarios” y en la narrativa de López Hidalgo, una trama “lineal y previsible”.

Así, Historia mínima (e ilustrada) de la literatura en Tijuana, de Humberto Félix Berumen, uno de nuestros mejores especialistas en el tema, un sabio de lo propio, un recolector de lo disperso, es la guía esencial para recorrer nuestra literatura regional, para entenderla a cabalidad.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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