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Primero los pobres

Tanto le gustan a López Obrador los pobres que en estos seis años ha hecho más.

. Catón

Don Algón invitó a cenar a una linda chica. Al final del condumio se le antojó un café. Le preguntó a su acompañante: “¿Qué te parecería un expréss, chula?”. Replicó la muchacha: “No sabía que tiene usted prisa”. El león andaba en campaña para ser reelecto como Rey de la Selva. Buscó al changuito para obtener su apoyo, pero el mico, temeroso, subió a lo alto de una palmera. “Baja, changuito -le pidió el felino-. Quiero pedirte tu voto”. “No -respondió el mono-. Me devorarás”. “Te juro que no te haré daño -le aseguró el león-. Y como prueba me pondré un bozal”. Así lo hizo; pero ni por eso bajó el changuito. Razonó: “Podrías atacarme con tus garras”. “Me ataré las cuatro patas con fuertes ligaduras -sugirió la fiera-. Así estarás tranquilo”. En efecto, se amarró en tal forma que quedó inmovilizado. Bajó entonces de la palmera el mono y se acercó temblando al feroz animal. “¿Por qué tiemblas? -le preguntó éste-. Ni siquiera puedo moverme. ¿A qué se debe tu nerviosidad?”. Respondió el changuito: “Es que es la primera vez que voy a despacharme a un león”. (Y para colmo parece que no votó por él). Hay muchas cosas que escapan a mi comprensión. La regla de tres simple, por ejemplo. (Y la compuesta más). O por qué la película “Citizen Kane”, de Orson Welles, es considerada la mejor en la historia del cine. A mí me parecen superiores “Singin’ in the rain”, con Gene Kelly, Debbie Reynolds y Donald O’Connor; “Gaslight”, con Ingrid Bergman, Charles Boyer y Joseph Cotten; y “Sons of the Desert”, de Laurel y Hardy, o sean El Gordo y El Flaco. Tampoco entiendo la fenomenología de Husserl y “El cementerio marino”, de Paul Valéry.

No me explico, sobre todo, por qué López Obrador dice: “Primero los pobres” y luego gasta miles y miles de millones de pesos en obras para los ricos, como el Aeropuerto “Felipe Ángeles” -los pobres no viajan en jet- o el Tren Maya, cuyo boleto más barato cuesta lo que un pobre no puede pagar. En fin, tanto le gustan a López Obrador los pobres que en estos seis años ha hecho más. Naufragó un barco. Un pasajero y una bella pasajera se salvaron y fueron a dar a una isla desierta. La hermosa mujer se echó a llorar desconsoladamente. “Estamos perdidos -gimió llena de aflicción-. Aquí no hay agua, comida ni tiendas de ropa. Nadie nos buscará en esta roca alejada de todo en medio de la inmensidad del océano”. El hombre le dijo, mohíno: “Puedes estar tranquila. Mi esposa no tardará en encontrarnos”. Loretela le contó a Susiflor: “Mi novio me pone la mano en la rodilla”. Acotó Susiflor: “El mío tiene aspiraciones más altas”... La trabajadora social le pidió a la mujer que solicitaba la ayuda de la beneficencia pública: “Hábleme de los ingresos de su esposo”. Le informó la solicitante: “Martes y sábados de 9 a 9.15 de la noche”. Metódico el sujeto. Alguien debe decirle que la rutina es enemiga del romanticismo. Haga como el tipo que gustaba de sorprender a su señora. “Nada menos ayer -le comentó a un amigo- se agachó para sacar algo del congelador, y en ese mismo momento le hice el amor apasionadamente”. Preguntó el otro: “Y eso ¿le gustó a ella?”. “A ella sí -respondió el tipo-, pero a los del súper no”. (También debe aprender ese individuo que hay un lugar para cada cosa, y un momento para poner cada cosa en su lugar). La atractiva mujer se resistía al asedio del galán. “No estamos casados” -le decía. “Soy juez de paz -mintió el cachondo tipo-. Diré la fórmula del matrimonio”. Y pronunció unas palabras ininteligibles. Preguntó la dama: “¿Ya somos marido y mujer?”. Le aseguró el sujeto: “Sí”. Y dijo ella: “Entonces hoy no. Me duele la cabeza”. FIN.

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