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La elección se está contaminando

La elección presidencial de 2024 en México puede ser una de las más difíciles y complejas de las que se han vivido en los últimos 36 años.

La elección presidencial de 2024 en México puede ser una de las más difíciles y complejas de las que se han vivido en los últimos 36 años. Pero no sólo por el número de cargos en juego, sino principalmente porque la guerra sucia entre los contendientes puede alcanzar niveles muy altos.

Lo estamos viendo ya con las noticias que están llegando del extranjero sobre el supuesto financiamiento de grupos del narcotráfico a la campaña de 2006 de AMLO. Noticias que se sueltan como petardos al aire, a ver hasta dónde llegan. Se cruzan datos y el origen casi nunca es identificable.

La situación se está poniendo tensa. Guardadas las proporciones, es muy parecido a la elección de 1994, cuando aquellos trágicos acontecimientos, que, por cierto, hoy están volviendo a salir (la muerte de Colosio, etcétera).

En realidad, el país no se ha recuperado desde entonces. Visto en retrospectiva lo que en aquel entonces estaba sucediendo era la agonía o el agotamiento del viejo régimen, el fin del partido único, que paradójicamente fue uno de los factores más importantes que sostuvo la estabilidad (económica, social y política) del país. En algo tenía razón Elías Calles cuando decidió construir el partido.

Pero esa estabilidad no podía durar mucho tiempo. El régimen que representó el partido único empezó a agrietarse desde 1968, con la matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco, se agudizó después con las huelgas universitarias y los diversos movimientos sociales, hasta llegar a 1987 cuando Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo decidieron dejar sus filas.

Después vinieron las elecciones de 1988, con los resultados que ya conocemos, las de 1994 y, por último, el mazazo de la del 2000. Perdió el partido del gobierno pero el país siguió en ebullición, haciendo esfuerzos por instaurar un nuevo régimen y poner las bases de otro sistema político que reconociera la pluralidad política y social del país.

Desde entonces se estableció una férrea competencia electoral. Así fueron los comicios de 2006, 2012 y 2018, en la que ganó de manera contundente López Obrador.

AMLO ha gobernado para regresar el país (que estaba en manos de los neoliberales) al viejo régimen, al del partido único, al de una sola visión, un solo proyecto y una sola perspectiva política.

Y va a defender con toda su fuerza ese proyecto en las urnas en esta elección. El país está más dividido que nunca lo que puede movilizar a muchos electores pero también quitarles el interés de participar. Realmente no lo sabemos. Las encuestas previas no son un buen parámetro hasta ahora.

En este contexto, la intervención de grupos de poder fáctico en el proceso electoral puede convertir la campaña y la elección en un campo de batalla. Es evidente que hay bandas delincuenciales que les interesa que se mantenga la política que ha prevalecido hasta ahora hacia el crimen organizado.

Un fenómeno, por cierto, que se ha extendido por casi toda América Latina desde hace décadas. México ya llegó a la misma situación, algo que parecía inimaginable. Hay regiones enteras donde estos grupos prácticamente gobiernan e intervienen en los procesos electorales.

El cambio presidencial puede tornarse un proceso viciado desde ahora y enturbiar los resultados electorales, acarreando más polarización y división política y erosionando la legitimidad de los vencedores. Con el INE ya se había resuelto este problema, pero con su nueva composición favorable al gobierno no hay garantía de imparcialidad.

La elección es crucial porque realmente el país se está jugando su futuro. No todo mundo tiene claro esto, ni siquiera algunos partidos de oposición. Pero o el país retorna a los viejos moldes del pasado o se intenta avanzar hacia el futuro, por más complejo que sea.

Este dilema no es fácil discernirlo para todos los electores y ciudadanos, porque también se encubre con otro que es muy poderoso: ¿Qué queremos: un gobierno de las mayorías o un gobierno de unos cuantos? O bien, ¿un gobierno del pueblo o de las élites?

Este dilema, aunque sea falso, va a cruzar o a impregnar todo el proceso electoral como nunca lo había hecho en nuestro país. Nos guste o no. Y va a ser una de las motivaciones más importantes, en uno u otro bando, para salir a votar el próximo 2 de junio.

*El autor es analista político