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La Californiada: el inicio de la poesía bajacaliforniana

Los jesuitas del siglo XVIII no sólo escribieron crónicas históricas defendiendo a su orden, sino trabajos poéticos para ensalzar su propia labor en sus misiones.

Los jesuitas del siglo XVIII no sólo escribieron crónicas históricas defendiendo a su orden, sino trabajos poéticos para ensalzar su propia labor en sus misiones. Tal vez el poema que mejor expone las contradicciones de la empresa misional jesuita en la Baja California sea uno escrito por un novicio, José Mariano de Iturriaga (1717 -1787), quien nunca pisó tierras californianas. El poema titulado, por sus descubridores en 1979, como La Californiada, fue escrito en 1740 en Puebla y es un himno en honor a la epopeya misional en las Californias. Es la visión del martirio como ideal cristiano: “No temo los tormentos, ni las cruces, ni los dardos ni el fuego”, dice. Es la suma por demás ingenua de la utopía misionera: ciega a la cultura indígena, sorda a sus cantos y canciones.

Para Iturriaga, los nativos bajacalifornianos sólo buscan “saciar los fuegos lascivos de Venus” o “llenar con sacrílego incienso abominales altares”. Los jesuitas representan, en esta autoalabanza, un ejército que salva a “esta miserable gente”, “a estos redomados pecadores” de sus idolatrías y creencias. En este canto está expuesta la cara represora de la empresa misional (sea jesuita, franciscana o dominica): el creer que tenían derecho a cambiar una cultura por contar con una supuesta superioridad moral. Al caer las cadenas de sus creencias ancestrales ante la imposición forzada del cristianismo el resultado es esclarecedor: “Ahora había sólo amor que dirija blandamente las riendas”, como si los indios fueran bestias de carga, como si el yugo (las riendas) sólo cambiara de manos. Lo más trascendente del poema de Iturriaga es que acepta que Baja California es un territorio hostil no sólo para los misioneros sino para cualquier ser humano en general, un lugar para probar la condición humana en situaciones extremas. Un erial antes que ciudades de oro. Un desierto a vencer que sólo ofrece trabajo y dolor, sacrificio y esfuerzo, desafío y resistencia.

José Mariano de Iturriaga nació en la ciudad de Puebla el 26 de abril de 1717. En 1733 ingresó, como novicio, a la Compañía de Jesús, estudiando en los Colegios de San Ildefonso en Puebla y en el Colegio Máximo en la ciudad de México. Fue profesor de gramática. Según Fernando Navarro Antolín, la propia Compañía de Jesús lo consideraba “de ingenio y letras, bueno; de suficiente juicio; de un poco de prudencia; de alguna experiencia; de complexión colérica; de talento para algunas cosas”. Entre esas cosas estaba, sin duda, la poesía.

Para cuando los jesuitas son expulsados de la Nueva España por una orden real de Carlos III expedida en 1767, pero ejecutada sólo hasta 1768, Iturriaga era sacerdote de la Profesa en la ciudad de México, catequista y confesor. Murió en la ciudad de Bolonia el 22 de enero de 1787. Como muchos otros jesuitas vivieron en esa misma ciudad, es muy probable que conociera a misioneros que estuvieron en las Californias, como Miguel del Barco y Lucas Ventura y a eruditos de su orden que les interesaba todo lo mexicano, como Francisco Xavier Clavijero. Iturriaga fue autor de varias obras, entre ellas, el Cuadernillo de rezos encomendado a nuestras fiestas y santos, publicado en 1765 y su Defensa de la Inmaculada. Pero su primera obra, la que Alfonso Castro Pallares tituló La Californiada y que se publicó hasta 1979, tuvo un título más largo: “Poema por el cumplimiento del segundo siglo de la Compañía de Jesús, trufado, a retazos, de las más insignes gestas de los héroes que sobresalieron en este tiempo; pero consagrado, sobre todo, al nombre del padre Juan María de Salvatierra, capitán y esforzadísimo debelador en la gloriosa expugnación de los ritos bárbaros de la isla de California”.

Visto lo anterior, nos quedamos con el título breve: La Californiada. Este poema, con el que da inicio la literatura bajacaliforniana no como crónica histórica sino como creación literaria, fue escrito en latín para celebrar el segundo centenario de la fundación de la orden jesuítica en el Colegio de San Pedro y San Pablo de la ciudad de México, el 27 de septiembre de 1740, por órdenes de las propias autoridades de la Compañía de Jesús, que le encomendaron a José Mariano esta tarea. No lo olvidemos ahora que apenas estamos estudiando las fuentes primeras de nuestra creación literaria, esos textos donde se canta a nuestra región y se la descubre no como era en realidad, sino como la imaginación religiosa la dibujaba.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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