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AMLO ante la pandemia y la crisis

La emergencia provocada por el coronavirus a nivel mundial y sus consecuencias económicas nos ha permitido observar el comportamiento y las políticas adoptadas por cada uno de los países y sus gobiernos para hacerle frente. Las crisis, como se sabe, sean de la naturaleza que sean, son el momento cumbre que ponen a prueba la capacidad de sus gobernantes para resolver los problemas.

La emergencia provocada por el coronavirus a nivel mundial y sus consecuencias económicas nos ha permitido observar el comportamiento y las políticas adoptadas por cada uno de los países y sus gobiernos para hacerle frente. Las crisis, como se sabe, sean de la naturaleza que sean, son el momento cumbre que ponen a prueba la capacidad de sus gobernantes para resolver los problemas.

Es difícil clasificar a todos los gobiernos y países, pero en general podrían dividirse en dos extremos. En uno están aquellos que han asumido una actitud rigurosa, científica, actuando con eficacia y rapidez para evitar el avance de la epidemia. La revista Forbes coloca en este polo a países como Dinamarca, Finlandia, Alemania, Noruega, Nueva Zelanda, Corea del Sur, China y Suecia, entre otros.

En el otro extremo hay gobiernos como el de Estados Unidos, con su presidente Donald Trump a la cabeza, en donde se ha visto una política errática e incoherente, con prácticas que oscilan entre medidas estrictas en ciertos momentos, hasta de completo relajamiento en otros.

Lo mismo sucede en países de América Latina con presidentes como Jair Bolsonaro de Brasil, quien promueve abiertamente el rechazo al confinamiento; o en Venezuela con Nicolás Maduro y por último también en México, con Andrés Manuel López Obrador, que según un estudio de Ipsos, son los tres presidentes que salen peor evaluados, en contraste con países como Uruguay y Perú, por ejemplo.

Al margen de las capacidades y los recursos de cada país, la pandemia y sus consecuencias los ha obligado a todos a cambiar el orden de prioridades para concentrarse en dos puntos principalmente: 1) atender a los infectados y a los enfermos por el coronavirus y, 2) tomar medidas urgentes para enfrentar la peor crisis económica que estallará muy pronto.

La crisis será mundial pero afectará a cada país de manera distinta. El reciente pronóstico del Banco de México indica que la caída del Producto Interno Bruto para nuestro país puede alcanzar el 8.8 por ciento para este año, una de las más pronunciadas después de la crisis de 2009. Podrían perderse 1.4 millones de empleos formales, así como aumentar el número de la población en condiciones de pobreza entre 10 y 12 millones de personas.

Todos los países, o casi todos, están movilizados para encontrar estrategias y medidas que les permita salir airosos de esta situación y para evitar las consecuencias de carácter social que pueden acarrear. Sin embargo, a contracorriente, el discurso del presidente López Obrador mantiene otro tono, a veces negando y a veces minimizando los efectos de la pandemia y los alcances de la crisis económica.

Fiel a su estilo, frente al pronóstico del Banco de México dijo “no lo compartimos”, al tiempo que se prepara para reiniciar la próxima semana sus giras por varios estados del país, justo en el momento en que la curva de infectados por el coronavirus no alcanza su máximo pico. Una medida que alentará, paradójicamente, a la población a salir de su aislamiento agravando la situación.

Si el presidente López Obrador desprecia la mayoría de los pronósticos sobre el futuro de la economía nacional, pero incluso a los del Banco de México; si niega que se avecine un cataclismo o niega el papel de la ciencia y el conocimiento de los expertos, si dice que todo está bien y el país va a salir adelante, ¿en qué se guía para sostener estas opiniones?

Él diría que se basa en “otros datos”, pero es obvio que no es así. Mi hipótesis, como lo he expuesto en otras ocasiones, es que para AMLO la crisis de la pandemia y la de carácter económico le “cae como anillo al dedo” porque, sin necesidad de hacer otra cosa legal o política, disminuye o debilita el peso del sector empresarial que, en su visión, es un grupo conservador que se opone a los cambios.

Segundo, la crisis y la devastación del país, por más que suene inverosímil, será uno de los factores más determinantes para justificar sus precarios resultados como gobierno al final del sexenio. Eso quiere decir desde ahora cuando señala: “íbamos muy bien” antes de la pandemia.

Finalmente, y quizás más importante que los otros en toda su estrategia, con más pobres entre la población, con sectores que más requieren la ayuda del gobierno, pero también sin una oposición articulada, debilitada y sin recursos, será más fácil ganar las próximas elecciones a nivel estatal, municipal y nacional, hasta llegar a la de 2024 con un obradorismo vivo y sin competidores.

No hay que olvidar que una premisa fundamental en el pensamiento de López Obrador y en la práctica política de Morena y del populismo en general es esta: Entre más pobres, más votos. Una forma fácil y contundente de borrar del mapa al resto de los partidos y opositores para hacer, supuestamente, un gobierno de los pobres. Lo veremos.

* El autor es analista político.

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