Ecoanálisis
Hace 38 años publiqué un artículo con este mismo nombre, un día 4 de abril de 1981. Nada que ver con el 4 de abril de 19 años después. Pero esta columna no es una repetición sino una reflexión de lo transcurrido sobre este tema que se refiere a la Semana Santa, el largo descanso que los mexicanos nos hemos dispensado de origen religioso, pero transformado en unas vacaciones a veces imborrables, para bien o para mal. En los años ochenta mi familia todavía practicaba la costumbre de vacacionar en la playa, pero no en playas congestionadas llenas de diversión para jóvenes y adultos en donde se privilegia más el festejo alcoholizado que el descanso familiar. Hace 38 años invitada a mis lectores a animarse a incursionar más allá del puerto cachanilla, sin asfalto rumbo al Sur. Intentaba provocar en el lector el deseo de acampar en una playa solitaria, toda para su familia. Recomendaba abastecerse de gasolina y víveres faltantes en San Felipe ya que no encontraría nada al Sur. Entonces la brecha a San Luis Gonzaga era solamente para carros con doble tracción. Pero mi invitación era menos pretensiosa. Enlistaba los lugares apropiados para acampar desde Punta Estrella, Agua de Chale, Laguna Percebú, Nuevo Mazatlán, El Coloradito, Arroyo Matomí, El Huerfanito, Punta San Fermín y así hasta llegar a Puertecitos, B.C. De ahí en adelante la brecha que hiciera don Arturo Grosso a pico y pala por órdenes del Gobernador Braulio Maldonado implicaba muchos riesgos para una familia. Ahora hay pavimento hasta más allá de San Luis aunque sin puentes porque sus drenajes fueron tan deficientes que el huracán Rosa se los llevó y como siempre, sin haber responsables. Hace 38 años recomendaba llevar carpa y sombra, agua en abundancia, botiquín, llanta de refacción extra, herramienta y todo lo necesario para pasarla bien en la soledad, con el desierto a su espalda y el Mar de Cortés al frente. Donde el Sol sale en el Mar y se pone en la sierra, contrario al Golfo de Santa Clara y Peñasco, Sonora, también destinos favoritos de los mexicalenses. Como pescador que siempre he sido, recomendaba llevar equipo ligero de pesca para sacar una curvina o cabrilla para freír, o una sierra para hacer ceviche. En aquellos años, toda mi familia e invitados sacábamos almejas en la baja mar y hacíamos una sopa de arroz con ellas. Como ven ustedes, nuestras vacaciones más allá de San Felipe eran sencillas y humildes, pero de alto valor ecológico y moral, unas que cualquier lector podía imitar con lo que tuviera a la mano sin terminar endeudado con cuentas de hotel y pasajes de avión. Añoro aquellas vacaciones no sólo de mi familia de por si grande, sino de muchas otras que esperaban cada Semana Santa para convivir sanamente. Las tarde noche de fogata, dormirse viendo el cielo estrellado, el aullido del coyote furtivo, el café al salir el Sol. Que descanse estas vacaciones. Fotos en FB. *El autor es investigador ambiental independiente.
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