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Columna Huésped

Gabriel Trujillo Muñoz

Juan de Dios Bojórquez y la utopía norteña

(Parte 2)

Para su tiempo y circunstancia, el escritor sonorense Juan de Dios Bojórquez fue un fiel representante del sistema político mexicano que surgió a partir de la creación del Partido Nacional Revolucionario (antecedente del actual Partido Revolucionario Institucional). Pero su mayor mérito es que Bojórquez, como lo señalan Miguel Manríquez y Rita Plancarte en Inventario de voces; “es uno de los escritores sonorenses con más textos publicados; la crónica histórica, la novela y el ensayo son los géneros que abarca su producción literaria”. Entre su obra narrativa de ficción y crónica destacan Yórem Tamegua (1923), Sonot, libro semi-salvaje de amor y rebeldía (1929) y El mundo es igual (1931). Bojórquez murió en 1967, reconocido como uno de los intelectuales y políticos más reconocidos del norte mexicano.

De todas sus obras, sin embargo, Yórem Tamegua es uno de sus relatos fronterizos y el que más muestra su idealismo agrarista e indigenista. Como lo señala Karen Van Horn Kopka en la Memoria XII Simposio de historia y antropología de Sonora (1987), en la década de los veinte “todo parece indicar que la producción literaria en esta época no es abundante; la inestabilidad económica y política que caracteriza estos años son factores que contribuyen a la formación de un ambiente poco propicio para el trabajar intelectual. La figura que más presencia tiene es la de Djed Bojórquez, (seudónimo de Juan de Dios Bojórquez y bajo tal nombre fueron publicadas sus novelas de esta década). Para Van Horn Kopka, Bojórquez es “el autor más prolífico de la época” y Yórem Tamegua “es la única obra que, de alguna manera, reúne ciertas características del género literario (de la novela) a pesar de la fuerte presencia del discurso histórico”.

Ya Félix Palavicini, un escritor mexicano de ciencia ficción y autor de la novela ¡Castigo! (1926), había pedido que la nueva literatura nacional reflejara el espíritu revolucionario donde cuenta de los problemas sociales que se necesitaba resolver para que nuestro país no regresara a las viejas costumbres de la dictadura porfirista. En Yórem Tamegua, se sintetiza una visión utópica mediante la educación científica, humanística y artesanal, muyen la línea de Plutarco Elías Calles, quien pedía en aquellos tiempos en que gobernaba el país “la vigencia plena de las garantías individuales y la erradicación del alcoholismo, el juego y la usura”, por lo que no es casual la aparición de una novela semejante, pues Sonora vivió en esa época “una experiencia vital colectiva de justicia social que se concretizó en la fundación de escuelas, repartos agrarios y una gran multitud de decretos tendientes a regenerar la vida moral” de la entidad. La novela empieza como narrativa histórica pero que termina siendo, en su parte final, una visión utópica de una nueva sociedad indigenista redimida por la reforma agraria. Esta parte última está ubicada 12 años hacia el futuro: en un México de 1935 que, desde el México de 1923, no está demasiado distante como para incluirle más cambios que el de las relaciones sociales igualitarias y el de unas cuantas tecnologías que se hacen más presentes: “en las tiendas funcionan los grandes ventiladores eléctricos” y hay “limpieza en todas partes”. La comida “es frugal. Pocas grasas. Una pequeña dosis de carne. Verduras en abundancia. Leche y frutas. Tales son los pequeños milagros que el trabajo en cooperación hace posibles. Las ciudades han crecido y las cosechas abundan, se exportan los productos de la tierra a Centro América y todos son felices, prósperos negociantes.

Nota: Versión extensa del presente artículo disponible en www.lacronica.com

* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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