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Columna Huésped

El siglo XX revisitado

¿Saben qué es lo que más añoro en los últimos tiempos? El siglo XX. Sí, sé que no está de moda su añoranza, que fue una centuria repleta de horrores y sinrazones, pero comparado con lo que el siglo XXI está sacando a relucir, con las tendencias retrógradas que se dejan ver por todas partes: desde el viejo fantasma del autoritarismo, de la ley y el orden sobre la justicia y la libertad, hasta el racismo como forma de gobierno, el siglo pasado comienza a parecerme más que apetecible. Ya sé, ya sé. En el siglo XX se dieron dos guerras mundiales, además de la larguísima guerra fría. Y si a eso agregamos progromos y genocidios, campos de concentración y exterminio, bombas atómicas y contaminación ambiental por industrias químicas y biológicas, pues poco podemos añorar de aquella centuria.

Y sin embargo, algo más que sus tragedias nos queda del siglo pasado. Piénsenlo. Fue un siglo que acogió al menos dos décadas de cambios tan intensos que el mundo nunca volvió a ser el mismo: la de los locos años 20, con su liberación de las rigideces victorianas, con su música de jazz a todo volumen, con sus mujeres en plan de independencia, y la década de los años 60, con su colorido desfile de movimientos contraculturales, de los que provino desde la conciencia ecológica, el regreso a la naturaleza, la liberación sexual, las movilizaciones sociales contra la discriminación, la juventud como ideal absoluto, la democracia como ideal comunitario.

El siglo XX fue una época de optimismo como pocas. Es cierto que tuvo que lidiar con los siniestros grupos de ultras: tanto de derechas como de izquierdas, con el ascenso de los fanatismos ideológicos del fascismo, comunismo y nazismo. Pero incluso en medio de estas fuerzas sombrías siempre hubo luz para iluminar el mundo. Sólo pensemos en ese acto inspirador que fue el cine como séptimo arte, la música que se dio en esta centuria: desde las formidables composiciones detonadoras de Igor Stravinski hasta el minimalismo de Philip Glass, desde las canciones de Louis Amstrong hasta el repertorio completo de los Beatles, desde la canción vernácula mexicana al blues del Sur estadounidense, desde la música pop francesa hasta las baladas japonesas con su mezcla de Oriente y Occidente. Si tengo que elegir una pieza para describir a esta época me quedó con la obra de Stravinski: La consagración de la primavera. Porque eso fue precisamente este siglo: una estación que iba naciendo, brotando por doquier con fuerzas renovadas.

Más allá de las explosiones nucleares en Hiroshima y Nagasaki, del delicioso aroma del napalm por la mañana, del gran paso en la Luna para la humanidad, de están con nosotros o están contra nosotros, del lema de tierra y libertad como grito revolucionario, de que sólo contamos con sangre, sudor y lágrimas, el siglo XX también fue el siglo de las frases de unión y amistad, de hacer el amor y no la guerra, de la cara feliz como antepasado de los emoticones, del poder de la fuerza. Mitos y leyendas que alimentaron a las distintas culturas del planeta, que les permitieron ver que sólo éramos un punto azul, una frágil esfera en el cosmos. Si algo define a esta centuria es el conocimiento de que la vida es temporal, de que la civilización puede desaparecer en cualquier momento, de que no podemos reducir el porvenir a refugios atómicos y a búnkers para sobrevivir como especie en la Tierra.

El siglo XX también fue el siglo en que soñamos hacia dónde íbamos, que vislumbramos el destino que nos esperaba en la siguiente centuria. En esos años la humanidad soñó que el mañana sería una utopía científica, racional, con ciudades en otros mundos, con exploradores en los confines del universo, con cooperación internacional para hacer posibles todas las hazañas tecnológicas. En cambio, el siglo XXI se parece cada día más al páramo posterior al apocalipsis de Mad Max: un paisaje degradado, estéril, hecho de basura y detritus, con una sociedad de caníbales y fanáticos luchando entre sí por el poder sin importar el sufrimiento que generan, el dolor que causan. Tal vez por eso mi añoranza del siglo pasado. Tal vez por eso mi nostalgia por un mundo que creía que seríamos mejores con el paso del tiempo, que llegaríamos a vivir una nueva edad de oro si trabajábamos todos juntos. Una hermosa esperanza que hoy es ruina, anacronismo, cascajo.

* El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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