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Mar de fondo

Tijuana ante los migrantes

La presencia masiva de migrantes centroamericanos en Tijuana ha despertado en algunos grupos de la población, principalmente de clase media, actitudes xenófobas y una gran cantidad de prejuicios clasistas contra una migración que se compone esencialmente de gente pobre que está huyendo de la miseria o de la violencia en sus países de origen. Algo nunca visto en una ciudad que se ha formado principalmente de migrantes, y en su mayoría de escasos recursos.

Se aducen muchos razonamientos o posturas para este comportamiento, pero en el fondo esconden temores y un tufo racista hacia los extranjeros y hacia lo desconocido, basados fundamentalmente en el desconocimiento de las causas de la migración y, especialmente, de las condiciones concretas en que se está manifestando este fenómeno en nuestro país y en particular en Tijuana.

Para empezar, el carácter masivo de este desplazamiento es totalmente nuevo, lo que genera en algunos grupos la sensación de “invasión”, o es visto como un torrente humano difícil de controlar o regular. La imagen misma de su entrada por la frontera Sur del país, que se aprecia como una irrupción violenta, ayudó a prender focos rojos en algunos sectores sociales.

El segundo factor que hace más difícil la comprensión de esta migración es el comportamiento organizado que han mostrado los centroamericanos, pero también su actitud hacia los gobiernos o hacia las instancias encargadas de atenderlos, así como su rechazo a ser recluidos en albergues, como ha sucedido en Tijuana. Todos estos son mecanismos adoptados por las caravanas para “protegerse” ante la violencia del crimen organizado, pero también de una posible deportación por parte del gobierno mexicano.

Esta imagen de una masa compacta que se mueve por el territorio, aparentemente de manera independiente, sin la ayuda de los gobiernos, basados en sus propios recursos y en la solidaridad de la población mexicana, rompe todos los moldes con que se ha visto tradicionalmente la migración, pero sobre todo rompe la imagen de los migrantes viajando en el lomo de “la bestia” que hemos visto por años, o que se mueven de manera clandestina guiados por los coyotes que trafican con ellos.

Esta nueva forma de migrar, basada en amargas experiencias pasadas, se fundamenta en una reivindicación básica que estos grupos han adoptados, aunque a veces lo manifiesten de manera un tanto rudimentaria, que es el derecho de emigrar para buscar mejores condiciones de vida, un derecho por la existencia humana en condiciones más dignas de las que viven en sus países de origen.

El problema es que estos mecanismos de organización y autodefensa ante los peligros que los acechan, incluidos los mismos gobiernos, hacen que los centroamericanos aparezcan como una amenaza frente a algunos grupos de población. Da lugar a teorías conspirativas, o a exigencias absurdas como las que tienen que ver con la higiene o los modales urbanos, o se les compara con los migrantes haitianos que responden a otra cultura o a otras condiciones.

No se entiende, pero incluso no se acepta por algunos, que estos migrantes se muestren autosuficientes, que se muevan en grupos organizados, que desconfíen de los gobiernos, que reclamen su derecho a transitar libremente (aunque sean extranjeros) o que no declinen ante los obstáculos que les pondrá el gobiernos norteamericano. En Tijuana hay sectores tan conservadores que les gustaría que estos migrantes al llegar aquí no ensucien las calles o creen desorden con su presencia.

La verdad es que en Tijuana hay algunos grupos de población que no están preparados para recibir y aceptar una migración tan visible, masiva, que desconfía de los gobiernos, tan autosuficiente y a veces hasta arrogante (producto de su mismo temor), como es la de los centroamericanos.

Pero, finalmente, hay un tercer factor en juego que se omite o se olvida en esta problemática: el vacío generado por la ausencia del gobierno federal, los gobiernos estatales y los municipales. Producto de esta ausencia y de no saber cómo hacerle frente a esta migración, pero incluso de autoridades que abiertamente rechazan o muestran sus prejuicios contra los migrantes, la población se siente más insegura, carece de información fidedigna o no siente que el fenómeno esté controlado.

En la medida que el gobierno local no actúa o le echa la culpa a la federación, como se está haciendo en Tijuana y en Baja California, contribuye a que se incremente el pánico en algunos grupos, abonando a que sean los propios ciudadanos los que expulsen o inciten a la violencia contra ellos. La situación puede tornarse peligrosa y explosiva.

Es urgente que en Tijuana se recobre la calma y se entienda que los migrantes no representan ninguna amenaza para nadie. Dejemos que prosigan su camino y puedan huir del infierno que vienen, porque eso es en realidad lo que hacen.

El autor es analista político

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