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Columna Huésped

Dar voz a todas las voces

Si alguna actividad he seguido con aprecio dentro del quehacer cultural, esta ha sido la crónica que llevan a cabo, en forma desinteresada, decenas de ciudadanos bajacalifornianos. Y cuando digo desinteresada me refiero a los cronistas que indagan en el pasado más allá de sus intereses familiares. Un explorador de nuestro ayer que no lo hace sólo para destacar su pasado personal (aunque tiene todo el derecho de hacerlo) sino que busca iluminar el mundo que este pasado representa, la sociedad que le dio vida e identidad, el contexto en que se realizó, las circunstancias que compartió con otros y otras. El pasado es un país que nos pertenece a todos y el viaje que hacemos para conocerlo nos lleva a contemplarlo en su diversidad, en sus contrastes, en sus logros y tropiezos por igual. Travesía que no puede detenerse sólo en lo propio sino que debe conducirnos hasta lo ajeno, lo extraño, lo sorprendente. Por eso digo que los cronistas que me interesa seguir son aquellos que dan pasos en falso, que se aventuran por territorios desconocidos, por tiempos de tormentas, de discrepancias, de explicaciones que chocan entre sí.

Cuando escucho a los cronistas mexicalenses, lo que descubro es su genuino deseo de hacer de la crónica una actividad compartida, un ejercicio que se realiza para abrir espacios de conocimiento tanto como de discusión. Yo entiendo el amor por el terruño, pero también entiendo a la crónica como un deber con el presente: no sólo hay que dar datos, información, el qué, quién, cómo, cuándo, dónde, sino las explicaciones pertinentes, los cabos sueltos, las contradicciones evidentes de un suceso, un personaje, una época. Se requiere, por supuesto, una sensibilidad especial, un amor por el pasado antes que por obtener reconocimiento, un aceptar que incluso el pasado es un terreno de arenas movedizas, de escándalos que muchos medios, gobiernos, familias, empresas no quieren exhibirlos ante la opinión pública.

Hoy en día, en una realidad donde la privacidad ha desaparecido, ya no se puede hacer crónica histórica ocultando tropiezos, corrupciones, fraudes, violencias, represiones. Todo está hoy a la vista de todos. La historia que sólo celebra lo hecho antes ya no sirve ni como informe oficial. La verdad está afuera y está en nuestras manos a cada momento. Y hay muchas interpretaciones que contradicen lo ya establecido. Pongamos casos recientes: el gobierno del coronel Esteban Cantú fue visto por décadas como un ejemplo a seguir hasta que aparecieron los informes de que el suyo fue un gobierno corrupto, represor, que sólo le interesaba el beneficio de sus integrantes. Entre la idea de que Cantú no se manchó las manos y lo que hoy sabemos de un militar porfirista-huertista que fue un tirano local, un cacique absoluto, media la labor de incontables cronistas que decidieron no seguir el desfile de las loas y los halagos, que optaron por contar las verdades que no salían en los libros oficiales de nuestra historia.

Pero a veces lo personal sirve para matizar lo que se sabe de un suceso histórico. Veamos: una de las empresas que se recordaron con gran cariño por sus trabajadores, durante los festejos del centenario de Mexicali, fue la Compañía Industrial Jabonera del Pacífico, ubicada a tres cuadras de donde yo vivía de niño. Esta compañía apoyó el auge algodonero de Mexicali a mediados del siglo XX con sus despepitadoras, sus molinos de aceite y sus plantas al aire libre de acopio de algodón. Según sus trabajadores, era una empresa modelo, con tecnología de punta, moderna en todos sus procesos. Pero para un niño como yo, en la década de los años 60, la Jabonera era la muerte. Por el algodón que caía como nieve por toda la colonia Nueva, me enfermé de asma y disfrute frecuentes visitas a la sala de emergencia del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Lo que en la historia aparecía como un ejemplo a seguir en cuanto a productividad, en términos ecológicos, de contaminación ambiental, de salud pública, fue un desastre mayor. ¿Cuántos niños o adultos murieron por enfermedades respiratorias gracias a la cercanía con la Jabonera? Eso no está en la historia oficial. Yo digo que una historia no está completa hasta que abarca el relato de las víctimas. Sin este relato sólo es un cuento de hadas. Tal es la obligación ineludible de nuestros cronistas: matizar nuestro pasado dándole voz a los que no la han tenido. Así de simple. Así de sencillo.

* El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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