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Contra corriente

En el programa televisivo de Milenio, con Azucena Uresti, fue entrevistado por la comunicadora un aspirante a la presidencia del PAN que, pese a no haber grabado su nombre, me quedó muy claro su juicio; sus palabras, que me sirven a la vez, para dar forma a las argumentaciones de esta columna.

El aspirante panista a la presidencia de ese partido dijo lo siguiente: Que era prioritario que al panismo llegara a los activistas de base; que era urgente que la cúpula de este organismo cediera los espacios a la base, al pueblo, pues; a alguno de los liderazgos que han surgido desde la base del panismo y que, por lo tanto, la cúpula debería permitir e incluso propiciar la llegada a la dirigencia de un liderazgo ajeno a los poderes cupulares.

Debo decirle, yo a este soñador y honesto aspirante a la presidencia del PAN, que en los grupos cupulare de cualquier partido político se encuentran los hombres más capaces y visionarios. Los de más experiencia y que en la historia de los pueblos siempre ha sido así. Que en el caso de los hermanos Graco, en Roma, su liderazgo se vino de abajo pero a Roma la gobernó por cientos de años la cúpula gobernante. En las selectas personalidades que gobiernan un país se encuentra la medula pensante, pese a sus intereses de grupo; el pueblo, la masa, nunca ha tenido el poder para las grandes obras que los gobiernos realizan; las multitudes provocan o apoyan revoluciones, pero sus líderes, sus t?écnicos y personalidades pensantes, son una minoría, los que naturalmente merecen gobernar con sus ideas. A las multitudes no se les puede confiar el poder pese a que por medio de las revoluciones lleguen a él. Cuba, por ejemplo, México mismo, pero quienes han gobernado han sido los políticos de la razón que controlan, por su educación, las ideas y por lo tanto la realización de las obras. ¿Ya ha descubierto, amable lector, hacia dónde voy? A la masa no se le puede confiar el poder de la razón en las grandes obras: presas, puentes, carreteras, aeropuertos, etc. Por esta misma razón, y con todo el respeto que me merece el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, no entiendo, nunca entenderé, su insistencia en lograr –a través de una consulta al pueblo, hágame usted el favor– la decisión final de la construcción, o no, la construcción del nuevo y enorme aeropuerto en Texcoco, que a México urge.

Diría que sale sobrando, o mejor aún, que es suficiente con que sean los técnicos – ingenieros, arquitectos, hombres de razón, cúpula inteligente, de la que abunda en nuestro País– quienes definan lo más recomendable: continuar o suspender las obras del nuevo aeropuerto o, por el contrario, decidirse por las dos pistas adicionales en el aeropuerto de Santa Lucía, que es lo que en principio propone López Obrador.

Pero queda un razonamiento muy importante: Si el capital privado no responde, con un compromiso total al costo del nuevo aeropuerto; si esto no es así, por el enorme costo del nuevo aeropuerto, pertinente será darle la razón al presidente electo, AMLO. El enorme costo del nuevo aeropuerto solo a costillas del erario nacional, es demasiado, por eso en parte la razón le asiste a López Obrador.

El autor es artista plástico.

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