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Póstigo

Vientos de libertad

El régimen representativo-participativo es una figura política germinada, en esencia, en tiempos de la Revolución francesa (1789), misma que hizo trizas el hasta entonces venerado Estado donde los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial eran detentados a capricho de los césares (reyes, monarcas, príncipes, caciques) a cual más de totalitarios. Gobernantes todopoderosos, dueños del cielo y el infierno, donde los desheredados de la tierra no tenían más alternativa salvo malvivir, trabajar y servir de vasallos cuando no de carne de espada o de cañón, en las guerras que una u otra casta sanguinaria resolvía glorificar.

Históricamente el sufragio se estrenó en Francia (1848) hasta imponerse universalmente sin negar, por supuesto, las diversas formas usadas en su aplicación para legitimar el poder democrático, en especial, las atribuciones que atañen a los legisladores encargados de hacer, decretar o enmendar el marco constitucional respectivo correspondiendo, a dicha figura (diputados y senadores) cargar, como es en México, el mayúsculo desprecio popular, incluso, superior al repelente sentimiento provocado por los policías, lo que por definición caracteriza, con sus salvedades, el comportamiento y quehacer de los parlamentarios federales y estatales.

Tribunos de consigna semejantes a los porfiristas que colmaban al dictador mediante la frase ¡Señor presidente, con usted, hasta la ignominia! Al parejo de sucesivos imitadores que endilgaron “el honroso aroma que desprende a su paso” mientras el asesino de Belisario Domínguez y Francisco Madero –el usurpador Victoriano Huerta– zigzagueante, alcoholizado y pestilente transitaba. Rasgos que asumidos por diputados y senadores desde su origen (1920), el proceso posterior refrenda la subordinación incondicional al Presidente o gobernador en turno que, para el caso, han sido funcionales a la codicia de poderosos intereses privados en ultraje del pueblo que los designó.

De allí que las iniciativas, anexos o reformas hechas a la norma constitucional vía el voto mayoritario o insolente unanimidad legislativa, los ajustes legales titubean entre lo entreguista y el servilismo a salud de los poderosos: Bancos, concesiones mineras, energéticos, transporte, producción alimenticia, industria farmacéutica, costas, mares, agua, tierras, etcétera; solo refrendan las bajezas que por medio del santo y seña o bochornoso maiceo los alza dedos del Prian desaforaron (en tiempos de Fox) al que fuera jefe del Gobierno del DF y ahora Presidente electo de la Republica Andrés Manuel López Obrador.

Por aquello y un sinnúmero de cosas más, el ser diputado(@) en el México humillado equivale a traición, pedantería, demagogia y corrupción porque el ciudadano piensa que solo dichos atributos fortalecen a los políticos como manera de saciar sus refinados gustos: Los célebres decanos del teatro y la maroma representativos del PRI, PAN y PRD son más que conocidos.

El sábado pasado contemplamos y escuchamos entre conmovidos y esperanzados la nueva voz, tesón y proyección de la entrante mayoría del Poder Legislativo, y en ese esplendor, el rostro y músculo de Gerardo Noroña, Martí Batres, Dolores Padierna, Nestora Salgado, Mario Delgado y otros muchos que, a pesar de las cicatrices y hostigamiento recibido, nunca, jamás dieron tregua, renegaron o abandonaron la trinchera…

* El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.

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