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Columna Huésped

Del hábito de leer historia

y hacerla nuestra

En un principio, cuando hice mis primeras presentaciones como escritor, decía que era poeta o narrador. Con el paso del tiempo añadí las de periodista cultural y ensayista. Y finalmente he dicho que soy historiador y cronista del pasado mexicalense, bajacaliforniano, fronterizo, norteño y nacional. Tengo que aclarar que, en mayor o menor medida, practico todos esos géneros literarios, practico todas esas ramas del saber y de la creación literaria. Pero sigo considerando que en donde he hecho más aportaciones originales, donde he ofrecido nuevos datos y conocimientos es en rubros como la historia cultural, la historia de las artes y la historia regional. El estudio del pasado me apasiona y creo que, a lo largo de mi vida, he leído mucho más libros de historia que poemarios y novelas.

¿Por qué la historia me absorbe como lector y me motiva como creador? Ya lo dijo el físico Steven Weinberg, porque la historia nos explica el mundo en su transcurso y nos lo presenta en sus aciertos y fracasos, porque hace que el pasado reviva frente a nosotros y nos invite a entenderlo desde su tiempo y circunstancia, con personajes que dejan huella y cuyos actos resuenan más allá de su época. La historia es un viaje a lugares extraños y fascinantes donde todo sucede bajo otras reglas, otras creencias, otras costumbres, pero que son, quitándole sus rarezas y misterios, igualmente humanas en coraje, cobardía, opresión, bravura, traición, esperanza, rebelión, gozo, pureza, codicia y ambiciones.

La historia requiere de la imaginación para recrear otros tiempos y de la ciencia para validar sus afirmaciones. Pero lo mejor es que la historia es hija de la narración y de la crítica: relata sucesos, describe personas, analiza situaciones. Literatura donde la verdad vale por los datos que la sustentan, por las interpretaciones que la aclaran, por las ideas que la iluminan. Es una actividad valiosa para revelar lo que otros han escondido debajo de la alfombra de las versiones oficiales, para mostrar los crímenes e injusticias que se han cometido a nombre de las naciones, las ideologías, las religiones y la codicia. En ella hay que decir las cosas por su nombre: sin héroes perfectos, sin hazañas impecables. Yo la dibujo siempre en claroscuro. Por eso la leo y la escribo. Para traer al presente vidas olvidadas, gestas perdidas. La historia, si lo miramos de cerca, con todas sus caídas y resurgimientos, sus noblezas y villanías, sus avances y retrocesos, es un relato cercano, vivo, aleccionador, que a todos incumbe y a todos pertenece.

¿Para qué nos sirve entonces la historia? ¿Para contar con fechas de celebración en el calendario cívico? ¿Para relatar las supuestas glorias del pasado y así hacernos sentir mejores de lo que realmente somos como pueblo? Desde luego que no. El propósito final de la historia, como lo ha señalado el historiador Robert L. O'Connell, es responder a dos preguntas fundamentales: “¿Qué sabemos realmente acerca de un acontecimiento histórico? ¿Y qué importancia tuvo ese suceso para su tiempo y cuál es su trascendencia para el nuestro?”. Y ese par de preguntas cada generación debe responderlas con nuevas y mejor fundamentadas respuestas, con narraciones más precisas y acuciosas.

Por eso la historia siempre está en movimiento, se desliza dependiendo de las necesidades del presente y de los nuevos materiales que éste tiene a su disposición.

Tarea interpretativa que requiere ajustes constantes e indagación sobre lo que somos desde lo que fuimos, la historia revela tanto del ayer como del ahora, tanto de los que la vivieron como de los que la estudiamos: lo que hoy nos importa moldea lo que buscamos descubrir en el pasado, lo que hoy nos interesa ilumina zonas o personajes que antes no se les había dado el mérito suficiente. Y viceversa: figuras o acontecimientos que antes se presentaban como bombo y platillo ahora se les reduce a comparsas o incidentes menores.

En la historia, el punto final no existe. Sólo existe la búsqueda eterna de respuestas a preguntas nuevas, a cuestionamientos legítimos. La historia es un juicio cuyo veredicto está por saberse, cuya sentencia aún no ha sido dictada. La verdad histórica no está afuera: está dentro de nosotros. Vive en nuestra forma de ser y comportarnos, de mirar el mundo y hacerlo nuestro.

* El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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